TODO BAJO EL CIELO (2014)
7 publicaciones en Facebook de un viaje ficticio a China.
Todo Bajo el cielo, son siete cuentos chinos. La expresión “cuento chino” se refiere a un relato inverosímil. Supongo que “lo chino” opera como exageración de lo diferente. La otredad llevada a su extremo, y de aquí se desprende la conclusión de que algo tan distinto no puede ser cierto.
Hay cosas que nos parecen probables o posibles y otras que no, creemos ciertas cosas en base a un marco de referencias, pero este marco no es inmutable. Pienso que nuestra relación con la verdad ha cambiado en los últimos años de manera radical. La irrupción de las redes sociales como parte fundamental de los procesos de socialización y construcción de subjetividad, ha desplazado el marco de lo real, lo probable y lo posible, a través de una legitimación de imágenes y relatos que son creados ex profeso para ser compartidos. No son un registro de la realidad, sino una construcción para las redes sociales. ¿Qué de nuestras vidas estamos viviendo en las redes sociales? ¿Cuándo una experiencia cobra más relevancia en internet que en la “vida real”? ¿Qué queremos que los demás vean en nosotros? ¿Dónde radica la importancia de una experiencia cuando está diseñada para ser vivida por otros, que la miran, en las redes sociales? ¿Qué significa vivir una experiencia? ¿Cómo estamos representando nuestras experiencias? Es claro que la representación va configurando la manera en la que vivimos. Vemos como se representa algo y empezamos a ajustar nuestras experiencias a representaciones previas de la misma. El cine, la literatura, la pornografía y las redes sociales configuran nuestra manera de afrontar experiencias: de vivir.
Existen maneras de vivir que son aceptadas y otras que no. Hay mandatos vitales, cosas que la sociedad espera de nosotros. Hoy la sociedad está obsesionada con el éxito y se nos exige, o nos exigimos solos, mostrar a los demás que nosotros pertenecemos a ese (no tan) selecto club de personas que tienen éxito. Los viajes, el trabajo y la diversión son tres pilares de la construcción de subjetividad. Queremos que nos vean trabajando, viajando y riendo.
Desde hace tiempo me apasiona la manera en la que construimos nuestros personajes de la vida real, eso que apostamos a ser, a mostrar a los demás y que no pocas veces son deseos que van envejeciendo, lastres que acabamos cargando, y que poco a poco nos llenan de resentimiento contra nosotros mismos; porque con toda la razón, uno no quiere seguir siendo lo que ya es, lo que nunca fue.
Además lo que mostramos es normalmente lo más tontito de nosotros, lo más obvio. Nadie se va a enamorar nunca de nosotros por lo que procuramos mostrar y sí por lo que escondemos, o por lo que olvidamos. Todos sabemos que no hay nada más lastimoso que alguien buscando parecer interesante y sin embargo, lo seguimos haciendo tanto.
Por otro lado me parece impresionante la cantidad de información en español que uno puede encontraren internet sobre cualquier cosa, por ejemplo, China. La disponibilidad de esos enormes volúmenes de datos y relatos vertidos en blogs, foros de discusión, páginas especializadas etc, hacen que uno pueda disponer de mucha de la información de la experiencia, sin la experiencia. La red posibilita una manera nueva de descubrir el mundo, en donde la experiencia pasa a segundo plano y la representación de la experiencia se transforma en “la experiencia”. Parece que ha dejado de importar lo que pasó y lo único que interesa es lo que mostramos que pasó.
Yo nunca fui a China. El viaje entero lo realicé desde mi computadora en México. Pero pasé muchos días pensando, leyendo y viviendo China. Descubrí China sin China.
A continuación les comparto la representación de una experiencia sin la experiencia, este retrato sin rostro, estos cuentos chinos.
*Como siempre: nada es mío, todo es robado.
TODO BAJO EL CIELO (I)
Todos los viajes dan miedo. Algunos poquito y otros más. Ir a China me tiene aterrado.
En el aeropuerto de México llamo por celular al banco, me dicen que mi tarjeta podrá ser usada sin problemas en mi viaje. Miro ese pedazo de plástico y siento que dependo tanto de él, pienso que si me falla me quedaré varado en una oficina de policia tratando de explicar lo inexplicable: que adentro de ese pedazo de plástico yo tengo dinero. Y me imagino toda la experiencia, tratando de hacerme entender en un inglés mal hablado con dos oficiales chinos, hiperpulcros, que no pueden y no quieren entenderme. Me siento como un niño que les trata de decir que vengo desde muy lejos y que tengo miedo, que lo único que quiero es regresar a mi casa y dormir.
Por los altavoces una señorita anuncia que el vuelo 897 de Lufthansa comienza su abordaje.
Volé de México a Berlín, 3 horas de escala, de ahí a Dusseldorf, con Lufthansa. Allí esperé 5 horas hasta que abordé un vuelo de Air Asia rumbo a Shanghai. Hubiera sido más corto volar por Vancouver, pero también más caro.
Trato de no dormir en el vuelo, seguir fiel a mi idea de que los aviones nos proporcionan un tiempo hermoso único, sin internet, sin teléfono y sin interrupciones. Leí de Godard un párrafo hace mucho, nunca me lo he podido sacar de la cabeza: Cuando voy de viaje siempre me sorprende que, para la gente, el tiempo del viaje no cuente, mientras que para mi es casi esencial. Considero que el tiempo del viaje, o dos hora en el aeropuerto, no suponen ni perder ni ganar. Finalmente se sigue viviendo y me sorprende, sobre todo ahora que uno se comunica mucho, porque es un tiempo que para la gente no existe. Sólo existe el tiempo cuando se solidifica, si puede decirse así, ya sea cuando uno está en un lugar del que debe partir, ya sea cuando llega, pero lo que hay entre ambos no existe.
Leo sobre China. No se nada de China. Me quedo dormido contra mi voluntad. Me levanto al baño, hablo solo frente al espejo, regreso a mi asiento y todos me ven como si me hubieran visto en el baño y otra vez me siento como un niño. Un niño que quiere hacerse mayor, pasar a otra etapa de su vida un ritual de paso, un viaje iniciático. Otro más.
Aterrizo en Shanghai. El aeropuerto es como todos los aeropuertos del mundo, huele a lo que todos los aeropuertos, tiene motivos chinos o caracteres o como se llamen. Hay mucha gente, todos se empujan. Filas de gente que no parecen tener ningún sentido. Las maletas. Todo parece un imposible. Yo esperaba la disciplina asiática en su máximo esplendor y esto es un verdadero desmadre.
Paso migración, paso aduanas, salgo a la calle y veo China.
Paso migración, paso aduanas, salgo a la calle y veo China.
“China pareciera que no tiene principio, estuvo siempre ahí. El Emperador Amarillo ha pasado a la historia como héroe fundador, aunque en el mito fundacional no crea, sino que restablece un imperio. A Confucio también se le considera el fundador de una cultura, aunque él siempre insistió en que no inventó nada, sino que solo pretendía dar ímpetu a los principios de armonía que habían existido en la época dorada y se habían perdido en su propia época de caos político. Desde el nacimiento de China como estado unificado en el siglo III a.C. hasta el desmoronamiento de la dinastía Qing en 1912, China permaneció en el centro de un mundo casi paralelo a occidente, otras coordenadas y otra manera de vivir absolutamente ajena. No hay ninguna otra civilización que haya tenido una continuidad como la China, ninguna que tenga un vínculo tan estrecho con su pasado a nivel filosófico”.
Son las 11 de la mañana, tomo el metro rumbo a la estación East Nanjing Road, en la estaciones de Shanghai las bolsas y mochilas deben pasar por un detector de metales, eventualmente los policías catean a alguien, nadie se queja, es lo normal. El metro es un sueño, o una pesadilla. Salgo del metro y de ahí camino al JingJian Metropole Hotel, ubicado en un edificio histórico en el centro de Shanghai, a 5 minutos a pie del Bund, la zona comercial de la calle Nanjing y y a escasos 15 minutos de la Plaza del Pueblo. Volteo para todos lados sin poder descifrar lo que veo. Solo consigo percatarme de lo evidente, hay muchos chinos, pocos turistas, es un mundo en el que no me consigo orientar. No consigo leer las cosas que hay a mi alrededor, ni se como mirar a la gente, pero así trato de interpretar algo, sacar alguna idea sobre esta cultura… nada.
Llego a mi cuarto de hotel, es lindo. Acomodo mi ropa, guardo el paquete que tengo que entregar a Lou Lee y lo coloco en el clóset. Trato de entrar en Facebook y me doy cuenta de que no es posible. Intento con Twitter, nada. Youtube, tampoco. Google… menos.
Salgo a caminar, sin rumbo, desorientado. El tráfico es salvaje y es evidente que los coches tiene la preferencia sobre los peatones. Camino mucho, sin lograr entender nada. Siempre que viajo me pasa que acabo caminando por cualquier barrio residencial, no tengo imán para los sitios de interés. Aunque me gustaría ver algo espectacular, camino por lugares más o menos anodinos. Me cruzo con mucha gente en la calle, mucha, los miro y me miran brevemente, sin mucho interés. Me paro en una esquina y me pongo a llorar.
Tengo un hambre tremenda, busco algún restaurante que tenga carta en inglés, ninguno, me doy por vencido. Me siento en un restaurante enorme, lujoso y vacío. Señalo al azar un plato en la carta. El chino que me atiende, se da cuenta de que no se lo que estoy pidiendo, y me pregunta algo en chino, afirmo como si hubiera entendido perfectamente, él esboza una sonrisa y se va. Me traen un caldo enorme, delicioso. Una pareja se sienta en una mesa cerca de la mía, piden cerveza. Paro al mesero con un gesto de la mano, señalo la cerveza de ellos y hago la mímica de tomar y un uno con el dedo indice. Llega. Tomo un trago de cerveza y mi alma descansa.
Ser un país tan grande conlleva a una dosis de soberbia, saberse los más grandes, los más poblados los de mayor crecimiento económico, el imperio que viene, pero a la vez los orilla a considerarse individualmente como ínfimas partes de ese todo avasallante. Si en una comunidad hay 2 personas, el individuo es 1/2 de la población, si hay 100, es 1/100. Es decir que a mayor población el individuo representa una parte menor de su comunidad. Según el censo de 2013 cada individuo representa en China 1/1360763000.
Camino más, camino mucho. En China nunca se está solo. En China siempre se está solo.
He decidido no ir hoy a ninguno de los lugares que quiero visitar. Solo quiero vagar y ver. Pero la ciudad huele a única. No se si todo oriente huele así, pero es un olor que me abruma, como si la contaminación tuviera otro aire, como si a la ciudad le sobrara algo. No resisto ese olor y me meto a un bar. Bebo. Salgo un poco borracho y camino al hotel.
Llego a mi cuarto y enciendo la computadora, doy con una página de VPN (Virtual Private Network). Una VPN se instala en la computadora y enmascara la dirección I.P. de manera que la computadora aparece conectada desde Estados Unidos o Japón aunque uno esté conectado desde China. Las VPN fueron originalmente desarrolladas con otros propósitos, por ejemplo el acceso remoto a una red privada de una empresa o la encriptación de datos sensibles. Pero se volvieron muy populares en China, sobretodo entre los extranjeros para evitar el bloque del “Gran Cortafuegos” (El Gran Cortafuegos, es llamado oficialmente Proyecto Escudo Dorado y supone la censura y vigilancia de internet por el Ministerio de Seguridad Pública. El proyecto se inició en 1998 y comenzó sus operaciones en noviembre de 2003). Las VPN se tienen que cambiar constantemente, las que funcionaban bien en 2010, hoy son totalmente obsoletas. La censura se actualiza rápido.
Por 19.99 dólares compré una StrongVPN. Después de luchar un rato, logré instalarla y vi como mi dirección I.P cambió. Sonreí.
Entro a Facebook y por un momento es como si estuviera en mi casa. Todo un universo conocido, de preocupaciones más o menos compartidas, de gente conocida que opina más o menos igual y siente muy parecido y polemiza igual. La tranquilidad de lo conocido, la sensación de que no estoy solo, porque tengo muchos amigos que me dicen cosas y esperan que yo les diga cosas.
De pronto me doy cuenta que estoy en China, no en Facebook. Estoy en Facebook en
China.
TODO BAJO EL CIELO (II)
Shangai es una ciudad que no goza de la simpatía de todos los chinos, la llaman “la puta del Este”, “la París China” o “la perla de Oriente”. Desde hace mucho tiempo ha sido el espacio de entrada de la “contaminación” de occidente. El aspecto de Shangai es muy distinto al del resto de la República Popular de China. La ciudad está dividida en dos por el río Huangpu, es la segunda ciudad más grande de China y su mayor puerto marítimo.
Se dice que en la ciudad habitan la mitad de las grullas del mundo y a juzgar por la imagen de su horizonte, esta afirmación debe ser cierta.
En uno de los números de marzo de este año “The economist” titulaba su artículo principal : Whats wrong with democracy? Las democracias se ciñen ( o deberían ceñirse) a ciertos valores que tienen que ser respetados aun cuando una mayoría quiera no hacerlo. Estos valores se asientan, sobre todo, en la Carta de Naciones Unidas de 1945 y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Cada constitución los ha incluido a su manera, supongo. En promedio las democracias son más ricas que las no democracias, son menos propensas (estadísticamente) a ir a la guerra. Y lo más fundamental, es que las democracias deben garantizar la libertad de expresión y la posibilidad de buscar construir el propio futuro a la manera que a cada quien le plazca.
En china todo cuesta. Todo. El capitalismo llevado a su máximo esplendor bajo la tutela del Partido Comunista. Un país que ha crecido alrededor del 10% anual en las últimas tres décadas, y que a la vez ha restringido, hasta donde ha podido, las libertades de sus ciudadanos. China parece dar una lección muy peligrosa al resto del mundo: para crecer más, las libertades sobran.
Y aunque parece cierto, hoy en día en medio de este país continente, pienso que no hay crecimiento económico que valga la cancelación de una sola de nuestras libertades. ¿Incluso cuando no tienes que comer? ¿Pensarán lo mismo los millones de campesinos Chinos que dejaron la pobreza en los últimos años?
El 1 de julio es el aniversario de la fundación del Partido Comunista, los festejos son obscenos. Una infinidad de actividades, concentraciones y discursos toman la esfera pública, sólo para recordarle a los Chinos que el Partido es el Estado. Algunos turistas nos encontramos en las aceras tratando de descifrar que pasa en un país que se nos muestra inasible y inaprensible, esquivo y desbordado. Gritan cosas, por los carteles intuyo que vociferan: Mao somos todos.
El turismo ha crecido mucho, sobre todo después de los juegos olímpicos de 2008. Todo cuesta: pasar, entrar, mirar, esperar, tocar. Uno siente que paga, solo para minutos después volver a pagar, pagas para tener un pequeño tiempo de descanso, hasta que minutos después te llega la hora de pagar algo más.
Camino por la calle Bund. En las zonas más privilegiadas, los chinos y las chinas caminan rápido, abstraídos en teléfonos celulares que llevan, casi siempre, en la mano. No observan a su alrededor. Piensan en chino, cosas de chinos. Casi nadie habla inglés.
Desde siempre China mostró relativamente poco interés por los países de ultramar. Ellos siempre se consideraron el centro del mundo, de su mundo. Todo bajo el cielo. Y aunque en algún momento tuvieron una tecnología náutica envidiable, China no se hizo con nigua colonia. Los valores de la sociedad China provienen de Confucio, quien situaba en la cumbre del orden chino al emperador, quien era al mismo tiempo un dirigente político y un concepto metafísico. En su función política se concebía al emperador como soberano supremo de la humanidad y en su función metafísica como “Hijo del cielo”, intermediario simbólico entre el cielo, la tierra y la humanidad. China no exportó sus ideas, simplemente dejó que los demás se desplazaran en busca de ellas.
Cuando el siglo XVIII tocaba a su fin, China se encontraba en la cúspide de su grandeza imperial. La dinastía Qing había convertido al país en una potencia militar. La potencia del imperio atrajo la atención de los imperios occidentales. Por primera vez en la historia los chinos se enfrentaron a unos “bárbaros” que ya no pretendían desplazar a la dinastía y hacerse con el Mandato Celestial; lo que proponían era una visión distinta del orden mundial: libre comercio en lugar de tributo,embajadas permanentes en la capital de China y un sistema de intercambio diplomático en el que los jefes de Estado que no fueran chinos no tuvieran que jurar lealtad al emperador de Pekín.
Tengo unas ganas irresistibles de mear, me detengo frente a unos baño público. Pago 1 Yuan, encuentro frente a mi un cuarto de unos 5 metros cuadrados, dividido por unas paredes derruidas que pretenden dar privacidad a los usuarios. No hay muebles de baño, solo agujeros en el piso que despiden un olor pestilente. Orino mientras me aguanto las ganas de vomitar. Una palangana con agua estancada sirve de lavamanos. Me voy. He visitado el Yu Yuan, que es un jardín muy antiguo. Sus obras se iniciaron en 1559 y sobre un lago se despliegan majestuosas construcciones, al “palacio” principal se accede por un puente sobre el agua, es muy bello, habemos muchos turistas pero también veo a muchos chinos, pero ellos se ven distintos a los habitantes de la ciudad, me parece que son del interior. La vestimenta, los modos, la manera de mirar: hay cosas que no se pueden esconder y en todos lados son iguales.
He visitado el Templo del buda de jade, la pagoda Long Hua y el wu hing ting. Han pasado un par de días y tengo ganas de que me suceda algo muy chino, algo extraordinario. Pero en este paisaje me siento absolutamente ajeno. No conozco los códigos en absoluto. No puedo ir a un bar a cotorrear, en primer lugar porque nunca lo hago y en segundo porque no sabría por donde empezar. Siento como si los turistas en China estuviéramos confinados a una serie de experiencias que se vuelven muy difíciles de trascender, es solo una probada de China para nosotros los “viajeros salvajes” que siempre estamos buscando cosas nuevas cada vez más lejos de nuestra casa y de nosotros mismos.
Estoy triste, he pasado varios meses triste, la tristeza es un sentimiento que se puede disimular, pero siempre acaba haciendes presente, camino por el muelle y las grullas huyen de mi. Apenas camino cerca de ellas levantan el vuelo. Me dan ganas de llorar y dejo de caminar, hasta que veo a un joven de unos 20 años que corre cerca del muelle, se ve feliz, radiante. Me tranquiliza: las grullas también huyen de él.
TODO BAJO EL CIELO (III)
Se acaban mis días en Shanghai. La he pasado bien y no, me he aburrido más de lo que esperaba. He leído más de lo que creía que iba a leer, me da miedo quedarme sin libros en español. Estoy en el cuarto de hotel y miro de reojo el paquete de Lou Lee. Mis instrucciones al respecto consisten en llamar desde Pekín a Lou Lee y él dirá dónde y cuándo entregarle el paquete. Tengo entendido que no vive en Pekín, sino cerca de ahí, hoy me pidió amistad en Facebook. El misterioso paquete es un encargo de una amiga de Tecate: Chantal Fong.
A finales del siglo XIX llegaron inmigrantes chinos a la península de Baja California, con la intención, en su mayoría, de cruzar hacia los Estados Unidos. La situación en aquellos años era muy difícil en China, sobre todo en el ámbito rural. Los barcos llegaron a Mazatlán, Ensenada y Guaymas, provenientes de Cantón y Hong Kong. Tanto en México como en el país vecino se les empleó para la construcción del ferrocarril, era un trabajo muy pesado y los chinos siempre fueron tratados de manera hostil. Hasta que, una vez concluidos los trabajos, Estados Unidos buscó expulsarlos. Justo en ese momento Mexicali se comenzó a desarrollar agricolamente, y la mano de obra mexicana no era suficiente. Fue así como muchos chinos se establecieron en Mexicali, en particular en una porción del centro de la ciudad conocido como la Chinesca. Actualmente muchos habitantes de la península son descendientes de aquellos migrantes. En 1917 en Hermosillo, Sonora más de 300 chinos fueron detenidos y torturados, en uno de los peores episodios de racismo en México. Según entiendo el bis abuelo de Lou Lee murió en aquel dramático episodio. Su abuelo decidió volver a China, donde tuvo hijos que a su vez tuvieron hijos y uno de ellos es Lou. Chantal conoció a Lou vía Facebook, tengo la impresión de que el paquete tiene que ver con 1917. Cargo el paquete, pero no consigo imaginar que lleva dentro. No es pesado, pero tampoco es ligero. No se me ocurre que pueda ser.
Salgo por fin a la calle y camino a la orilla del río Huangpu, ahora voy por la zona oeste: “Puxi” (“al oeste del Huangpu”), que es la parte vieja de la ciudad, normalmente había estado en la zona “nueva”, al este llamada Pudong, (“al este del Huangpu”). El río Huangpu es un brazo del Yangsté, que es el río más largo de Asia y por eso aquí habitualmente lo llaman con otro nombre: Chang Jiang, que quiere decir “río largo”. Creo que hay un famoso poema que se llama: Fui a llorar al Yangsté, pero debes saber que ya no hay río, ni llanto. Cerca de ahí hay otras dos provincias que están al este (dong) y al oeste (xi) de unas montañas (shan) y se llaman, cómo no, Shandong y Shanxi. Esta es una muestra de que a los chinos les gusta decir las cosas como son.
Camino mucho. Oigo música en mis audífonos. Está en español o inglés, es música que conozco y que me hace sentir bien, contento, más confiado, hasta inspirado podría decir. Por unos momentos la idea de vivir una aventura en China se vuelve real, tangible, practicable, inminente. Me sorprende la confianza que es capaz de infundirnos una canción. ¿Pasará lo mismo con una crónica? Mientras el mundo hace de telón de fondo de mi videoclip, observó a lo lejos a una mamá que regaña a dos niños chinos, parecen gemelos y tendrán unos ocho o nueve años. La mamá les grita cosas, los niños se detienen y se niegan a seguir avanzando, la mamá se da cuenta de que no caminan detrás de ella y se regresa para gritarles con más enjundia todavía, cuando acaba arranca a caminar y observo que los niños se quedan inmóviles, en la banqueta, sin seguir a su mamá que avanza a paso veloz y sin mirar atrás. No puedo dejar de mirar. La mamá no va a voltear atrás y a los niños no se les ve intención de moverse. Los niños lloran desde que los vi. La madre se aleja, los niños la miran alejarse. Hasta que uno de los niños no puede más y rompe la alianza con su hermano, corre hacia su madre y cuando la alcanza le agarra la mano, la madre sin voltearlo a ver quita su mano con violencia. Intenta detenerla y señala hacia donde se quedó su hermano, la madre sigue caminando. Veo al niño que se quedó parado mirando hacía donde están su madre y su hermano, ya no llora. Veo como acaba de aprender algo valioso, pero sobre todo doloroso. Baja la mirada y empieza a caminar.
Llego al mercado que me recomendó mi amiga Nadia, es el mercado de los bichos vivos, está en la esquina de la calle Xizang y Fangbang, el lugar es toda una experiencia, hay toda clase de animales y el sonido es como si estuviera uno entrando a una jungla. El canto de los pájaros es ensordecedor. Muchos animales de los que veo, yo no los había visto antes, o si pero en esa forma, de lo más impresionante que vi fueron las tortugas, había una inmensa variedad y muchas parecían traídas de la prehistoria. Gran parte del mercado la ocupan los grillos, de muy diferentes tamaños y formas, el grillo es un animal que se considera de la buena suerte en China. Algunos comerciantes los venden en un bambú de unos cinco o diez centímetros, que hace las veces de caja y jaula, en la parte de arriba lleva una tela que sirve de tapón para que el grillo no escape. Pienso que me hace falta un amigo en mi viaje y decido comprarme un grillo, me lo dan con todo y bambú, pienso en ponerle un nombre chino, pero pienso que es mejor que tenga nombre mexicano, me decido nombrarlo Liu, en honor a Liu Xiaobo. Días después, un chino me comentó que son muy comunes las peleas de grillos y que existen organizaciones y demás parafernalia.
La cuestión con el dinero en China es impresionante, todo el mundo quiere chingarte, desde para comprar una botella de agua hasta un reloj, lo que sea. Regatear es parte de lo que he tenido que hacer todos los días. Un método que me ha ayudado mucho consiste en ofrecer el 20% de lo que me piden inicialmente, con lo que al final puedes acabar adquiriendo aquello por más o menos el 40% del precio original.
Antes de que oscurezca, decido regresar al templo del buda de jade, me había parecido impresionante hace dos días pero hoy siento cosas muy distintas. ¿Será por mi grillo? Pero lo que más me sorprende es el diálogo que la arquitectura contemporánea establece con el templo, todos los edificios que se alcanzan a ver desde el patio central del templo, tienen algún guiño de color o forma con el templo, es como si por un momento el capitalismo estuviera supeditado a una tradición espiritual. Lo segundo que me impresiona, son los trajes de los monjes con esos zapatitos que se enrollan a las rodillas.
Ceno algo por ahí, me tomo un par de cervezas y camino por Nanjing, calle que desemboca en el Bund, voy esquivando a promotores de “casas de masajes”, vendedores ambulantes y pequeños estafadores a la caza de posibles víctimas que quieran asistir (por una módica cantidad) a una “auténtica ceremonia del té”. En eso veo un pequeño puesto callejero donde se lee “I-Ching”. Me llama la atención porque lo atiende una niña de unos 12 años. Me mira e inmediatamente se da cuenta de que no hablo chino. No abre la boca, me siento en un banquillo de plástico frente a ella. Me mira sin decir nada y sin hacer nada. Con la mirada busco a los papás de la niña o a los encargados del puesto, no hay nadie. La niña me sigue mirando y de pronto me da a entender, no se como, que piense en mi pregunta, cuando estoy listo asiento con la cabeza. Ella lanza las monedas y anota con mucha destreza, al final saca un I Ching traducido al inglés y me lo muestra:
3. CHUNG/ LA DIFICULTAD INICIAL.
Trigramas:
Superior: K’an El abismo, Agua.
Inferior: Chhen El movimiento, Trueno.
Inferior: Chhen El movimiento, Trueno.
El nombre del hexagrama en realidad se refiere a una brizna de pasto empujando contra un obstáculo para salir de la tierra, de aquí el significado de “la dificultad inicial”. El hexagrama indica la manera en que el cielo y la tierra producen los seres humanos. Es su primer encuentro, acompañado de dificultad. El trigrama inferior, lo que despierta, se dirige hacia arriba. Tiene como imagen el trueno. El signo superior es K’an, lo insondable, el agua, lo peligroso. Su movimiento va hacia abajo. Tiene como imagen la lluvia. La situación describe por consecuencia una profusión densa y caótica. El trueno y la lluvia llenan el aire. Pero el caos se aclara: el movimiento que está dirigido hacia arriba mientras que lo insondable se sumerge tiene como imagen el peligro que se disipa. Las tensiones se descargan en la tormenta y todos los seres respiran aliviados.
Lo leo todo, paso un buen rato sentado. La niña me mira. Todo lo que leo tiene sentido, más bien todo lo que leo es lo que he sentido desde que llegue a este país. Empiezo a llorar, empieza a llover.
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TODO BAJO EL CIELO (IV)
Para ir de Shanghái a Pekín tomaré el Maglev o tren de levitación magnética. Tengo muchas ganas de probar la experiencia de viajar en este tren que alcanza velocidades superiores a los 450 km/h y recorre los 1463 km que separan Shanghai de Pekín en 5 horas, 7 menos que los trenes convencionales. Los chinos son peculiares, y para evitar la reventa impiden comprar los billetes hasta 10 días antes de la fecha de salida. Además, la página web para obtenerlos está exclusivamente en chino y si se compran desde fuera de China te cobran un recargo importante, así que conseguir el boleto fue una pequeña odisea, como casi todo en este país.
No hay asientos vacíos en el tren. Va rápido, pero la marcha es regular y silenciosa, inalterable. Conectará un poco más de 1.300 kilómetros en unas cinco horas. El paisaje no se modifica en el largo trayecto entre las dos ciudades más importantes de China. Se pueden ver grandes campos con plantaciones. En los pueblos, que no parecen tener demasiados habitantes, las típicas casas con techos bajos fueron reemplazadas por enormes edificios. Nunca son más de tres o cuatro y se ubican juntos, uno al lado de otro. Las construcciones, imponentes pero lejos de ser lujosas, son tan altas que se pierden en la neblina que produce la contaminación. Todavía se observan cada pocos kilómetros construcciones sin terminar, edificios a medio hacer, obreros que van para un lado y otro y tractores; máquinas por todos lados.
El tren es muy silencioso pero los pasajeros hacen mucho ruido, es todo lo contrario a un tren europeo: hablan por teléfono gritando, oyen películas a todo volumen en tablets, sin audífonos. Intento leer, pero pronto me rindo y pienso en el I Ching y en la lluvia de ayer.
Pekín. Me sorprende que en la estación de trenes hay servicio gratuito de agua caliente y es que es impresionante la cantidad de té que toman acá: todo mundo todo el tiempo, y como sabemos, no son pocos. La contaminación es tremenda, se ve y parece que uno la pudiera tocar con la mano. Es aire sólido. Camino a mi hostal, en el mapa parece cerca de la estación, pero camino y camino y no llego, no estoy perdido pero la escala del mapa es muy pequeña o la ciudad es muy grande, o tal vez yo estoy muy cansado. Cuando por fin llego al hostal, me tranquilizo, es un hostal como todos los hostales del mundo. Los mismo muebles genéricos estilo ikea, nada que ver con mi hotel de Shangai. Paso por un espacio común donde veo a algunos extranjeros tomando té, los saludo tímidamente (mi experiencia en hostales últimamente no ha sido buena) y ellos me devuelven el saludo. Hablan en inglés. Llego a mi cuarto, guardo mis cosas, armo una pequeña mochila y me dirijo a la salida del hostal. Cuando estoy a punto de salir una joven me detiene y me dice que esa noche, varios inquilinos irán de fiesta a un antro, me dice que estoy invitado. Es muy linda, le pregunto que a donde van a ir, ella me contesta un nombre en chino. Ve en mi cara la duda y me dice que la salida será a las nueve desde aquí. Se aleja caminando, le veo las nalgas, me apeno y volteo a ver si nadie me vio. Salgo a la calle.
El nombre chino de Pekín, la capital de China, es Beijing, que quiere decir “capital del norte”. Lo de la fiesta me ha hecho sentir alegre, emocionado por la noche. Se me hace un poco ridículo que sea así. ¿Qué clase de explorador soy, que lo que más me emociona es ir de fiesta con unas extranjeras? En fin.
En 1949 irrumpió desde el campo hacia las ciudades una nueva dinastía: el Partido Comunista. A la cabeza se encontraba Mao Zedong, fue la primera vez en la historia de China en la que la dinastía entrante proponía derribar todo un sistema de valores anclado al pasado. Historicamente los gobernantes se legitimaban aludiendo al pasado y conservando, casi en su totalidad, las estructuras burocráticas precedentes. Pero Mao no. Propuso una revolución sin fin último, el objetivo se resumía en lograr la “Gran Armonia” que era un fin absolutamente difuso. Mao implantó un comunismo que comenzaba por una ruptura absoluta con el pasado y se sustentaba en base al esfuerzo ininterrumpido del pueblo:
“La clase obrera, el pueblo trabajador y el Partido Comunista no se plantean la cuestión de verse derrotados, sino la de trabajar duro para crear las condiciones en las que las clases, el poder estatal y los partidos políticos puedan extinguirse y la humanidad entre en el dominio de la Gran Armonia”.
Se estableció la República Popular de China y se volvió a cerrar el contacto con los países extranjeros.
Mao emprendió, a diferente tiempo dos proyectos de lo más ambiciosos: el Gran Salto Adelante que pretendió reformular la economía y la Revolución Cultural que apuntaba al orden social.
El Gran Salto Adelante, estaba destinado a hacer realidad las ideas globales del desarrollo industrial y agrícola. Los objetivos de producción eran desorbitados y las perspectivas de disentimiento o fracaso se veían con tanto terror que se empezaron a falsificar las cifras de producción. Pronto se vio, que los resultados de este programa fueron desastrosos. Entre 1959 y 1962, se vivió una hambruna terrible en la que se calcula murieron alrededor de 20 millones de personas.
Tiempo después la Revolución Cultural, pretendió de una vez por todas acabar con los restos de la cultura tradicional que impedían el nacimiento de una generación ideológicamente pura. Mao impulsó desde Pekín, oleadas de agitación en contra de las instituciones preexistentes. Hubo un sin número de confrontaciones violentas que acabaron por disolver una gran parte de los gobiernos locales. Se suspendieron las clases indefinidamente y se exhortó a los jóvenes a “aprender la revolución haciendo la revolución”. Aprobó los ataques violentos a la burocracia de Partido Comunista y a “los cuatro viejos”: viejas ideas, vieja cultura, viejas costumbres y viejos hábitos. El diario del pueblo, avivaba el fuego con editoriales como: en elogio del desorden. Algunos profesores y estudiantes de Pejkín, se desplazaron al pueblo natal de Confucio y arrasaron su tumba y la de sus descendientes. China estaba sumida en el caos y al borde de una guerra civil.
Camino mucho, divago, me pierdo y me vuelvo a encontrar. Visito el Museo nacional de Arte de China y es impresionante. Como rico. Hay algo en Pekín que me hace sentir más cómodo que Shanghai, no se que será, tal vez el smog.
Oscurece, tomo un té y leo. Me siento confiado y contento. Regreso al hostal, miro mi reloj y veo que son las nueve y diez. No me di cuenta en qué momento se me pasó el tiempo, apresuro el paso. Cuando me doy cuenta voy casi trotando, tratando de hacer más cortas las cuatro o cinco cuadras que me faltan. Me recrimino la distracción, me pongo a correr.
Al llegar al hostal, veo que no hay nadie, los sillones vacíos, las cervezas también.
La recepcionista me mira, apenado por mi hambre de fiesta, le pregunto si sabe a donde fueron los demás. En el mapa que está sobre el mostrador me señala: Sanlitun.
Tomo un taxi al que solamente doy unos garabatos chinos que me escribió amablemente la chica del mostrador. En el camino siento que si los encuentro mi llegada me dará un plus de aventurero a los ojos de mis compañeras de hostal.
Me bajo del taxi en una zona concurrida. El taxi se va. Camino. Por una “corazonada” decido entrar a un antro. No es muy tarde y no está muy lleno el lugar, el lugar es muy fresa, no hay cover. Mis “amigos” no están ahí. Pido una especie de cocktail radioactivo, que no distingo que tiene. Es un lugar muy raro, la música es una especie de punchis-punchis, hay algo ridículo en haber viajado hasta acá y estar en una especie de “Alebrije” región 6. Los chinos se caen de borrachos. Estoy un rato y me salgo. Sigo caminando.
Veo un bar con barra, entro y consigo un banco. Todos en el bar somos extranjeros, solo se habla inglés. Pido una cerveza y luego otra y después otra. En algún momento veo que hay un chino sentado junto a mi. Un hipster chino. Platicamos, le cuento un poco de México. A los cinco minutos me pregunta si quiero comprar hachís.
La posesión y el tráfico de drogas conllevan duras penas de cárcel e incluso la pena de muerte, según Amnistía Internacional, China es el país donde más ejecuciones se realizan cada año (más de mil). De hecho, según el mismo informe, el número de ejecuciones en China supera a la suma total de las que realizan los demás países en el mundo.
Sigo bebiendo.
TODO BAJO EL CIELO (V)
Me levanto antes de que salga el sol. Me tomo un té y me preparo para ir a la Muralla China. Casi todos los hoteles organizan excursiones, pero decido irme por mi cuenta. Salgo rumbo a la estación de autobuses de Dongzhimen y tomo el camión número 916 que me deja en Huairou.
Nunca me ha gustado la idea de que la provincia contiene algo esencial de los lugares. Antes de salir rumbo a Pekín leí: si uno quiere conocer la verdadera China definitivamente tiene que ir a una ciudad del interior. Esta idea de “lo verdadero” es la misma que tiene la gente que piensa que Facebook no es real, que lo “verdadero” pierde consistencia al mezclarse, que hubo un tiempo que hubo y luego ya no hubo más.
Al llegar a Huairou, me doy cuenta que no es precisamente un pueblo pintoresco, sino un poblado que vive de y para el turismo, el turismo que vamos a la muralla.
Me formo para tomar un taxi, yo pensé que por haber madrugado iba a encontrar poca gente pero es un hervidero. Por regla general en China no puedes esperar a que pase el otro para pasar, porque hay tanta gente que no pasaría nunca nadie. Hay que aventarse, empujar. Eso hago hasta que logro tomar un taxi que comparto con una pareja de chinos para recorrer los 17 kilometros que me faltan para llega a Mutianyu, el tramo de la muralla al que voy. Cada vez distingo con mayor claridad que hay chinos de colores muy distintos, con acentos muy diferentes. Los chinos del suroeste se visten con telas que recuerdan más a Nepal, mientras que los del norte se visten más rígidos, con un estilo más industrial.
La muralla es impresionante. Una escultura monumental, hoy desprovista de su función original. Un trazo que parte el paisaje y nos recuerda que hace mucho hubo gente que hizo cosas monumentales, cuyos vestigios han quedado en forma de ruinas remozadas. Estar en un lugar así, parado sobre un montón de piedras, hace que ponga en perspectiva mis problemas, mis apreciaciones y mi viaje.
A mi alrededor somos miles haciendo lo mismo, veo muchos grupos de empresas que vienen vestidos con su uniforme, turistas en pequeños grupos, en pareja y solitarios. Miles de fotografías son disparadas a cada instante. Para los chinos toda foto es una pose, para nosotros, a nuestra manera, también. Miles de personas hacemos lo mismo y lo retratamos igual.
Hace unos días leí la historia de Yang. Un día Yang alquiló una bicicleta en Shangai y la policía lo detuvo para hacerle unas preguntas sobre los papeles de la bicicleta. Tuvo una discusión con la policía después de enseñarles los papeles y que se comprobara que estaban en regla, aun así los policías lo llevaron a la comisaría. Nadie sabe que sucedió después. Fue interrogado y retenido hasta medianoche. Yang afirma que fue tratado de modo brutal. Se quejó y presentó una demanda, pero nadie le contestó. La policía respondió que no habían hecho nada que no fuera el protocolo habitual. Al poco tiempo Yang fue a Pekín y mató a seis policías e hirió a cinco. Esto se convirtió en un hecho extraordinario porque, para los chinos, tan solo decirle “no” a la policía es impensable. Todo mundo sabe de la brutalidad policiaca. Yang fue capturado, pero de alguna manera él empezó a ser su propio abogado, ya que el que le asignaron era incompetente. Le hicieron pruebas y vieron que no tenía ninguna enfermedad mental. Le dijeron: si no recuerdas haberlos matado es por tu actitud. estás tratando de ignorar la memoria. A lo que él respondió: no, si no lo recuerdo solo significa que no lo recuerdo. Se dijo que le habían mostrado un video de él corriendo justo después de los asesinatos con una máscara, y que él le preguntó al juez: ¿cómo pueden demostrar que soy yo quien lleva la máscara? La policía dijo que, puesto que se había quejado, fueron a verle en dos ocasiones, para ofrecerle dinero, pero que no lo quiso aceptar. Eso vuelve más turbio el caso, pues ningún policía iría dos veces a ver a alguien si nadie hubiera hecho nada mal. Después del primer juicio se decretó pena de muerte.
Hay cosas demasiado grandes para un solo hombre, por ejemplo: una muralla inmensa.
Más tarde fui a caminar a un hutong, es un barrio humilde de calles muy angostas. Solo se puede circular en bicicleta o a pie. Algunas de las casas conservan a cada lado de las puertas grandes piedras cuadradas que se usaban para montar. Son algunos de los objetos que generan un traslado automático al pasado, cuando en esa zona se usaban caballos para transitar. Los ingresos a los hogares tienen símbolos, dibujos y mensajes. En muchos todavía se pueden ver entallados caracteres clásicos, previo a la revolución comunista de 1949, cuando el Partido decretó la simplificación de la escritura. Donde antes vivía una familia, hoy lo hacen más de diez. Pese a las órdenes de Mao de destruir todo lo que sea necesario de la época imperial para construir una nueva nación (los vecinos cercanos a la Gran Muralla hicieron sus casas con los materiales de esa construcción; hace unos años se la declaró como patrimonio cultural y está terminantemente prohibido destruirla), todavía quedan las piedras, las letras o la pareja de leones que funcionan, según las creencias, como protección. Reflejan parte de las costumbres antiguas. Pero a esa escenografía se sumaron, por ejemplo, las típicas estrellas socialistas sobre alguna puerta o en una columna. El antes y el ahora conviven en un solo espacio.
Regreso a Pekín, hecho polvo. Es hora pico y el transporte es insuficiente. Es matemáticamente imposible trasladar a tanta gente al mismo tiempo. Salir o entrar son proezas enormes, es un espectáculo terrorífico. Tengo que trasladarme hasta el otro lado de la ciudad para encontrarme con Lou Lee en un café de la calle Huang Hung. Llevo su paquete en la mochila. En cuanto entro al café lo veo. Se que es él, está sentado dibujando en una libreta. Siento como si tuviera un aura alrededor, como si tuviera una luz solo para él. Me paro frente a su mesa y me mira, me presento. Pedimos de comer y comenzamos a platicar y me gusta todo lo que me dice Lou, hablamos de cosas, le cuento de mi viaje y él me habla de su vida. Llega la comida, los dos pedimos sopa. Nos ponemos a hablar de arte y yo me siento muy feliz oyéndolo y viéndolo y siento una alegría enorme, me habla sobre el lenguaje y de la nada a mi me da mucha risa. Lou no sabe que es una risa de felicidad, se sonríe por educación. La situación se torna extraña, no podemos comer más. Pedimos la cuenta y pagamos. Nos despedimos, todo es muy intempestivo. Muy raro. Tomo el metro y en el andén me doy cuenta de que, no le di el paquete, lo traigo en la mochila.
TODO BAJO EL CIELO (VI)
Le escribo a Lou Lee, en cuanto llego al hotel, le digo que tengo su paquete conmigo. Me siento raro, nervioso, extrañado. Me acuesto y sueño con un poema de Liu Chang Chin:
El fresco viento de los pinos
tiembla en las siete cuerdas del laúd:
es una vieja melodía que ya sólo yo amo;
pasó de moda y ya nadie la toca.
Me despierto temprano pensando en el poema, estoy triste. ¿Qué difícil debe ser amar algo olvidado por los demás? Tal vez Liu Chang sea otro de aquellos “disidentes del universo”. Lou Lee no ha contestado a mi correo.
La promoción del olvido ha sido parte fundamental de la estrategia de seguridad del partido comunista chino, especialmente desde 1989.Hace 25 años, la última gran revuelta del país, protagonizada por estudiantes, terminó en una masacre en la plaza. Hasta hoy se desconoce la cifra de muertos y el gobierno ha tratado de borrar aquel día. El éxito de esta estrategia ha sido tanto, que para muchos jóvenes nacidos en los años ochenta y noventa, la plaza es un referente geográfico, pero no histórico. La plaza de Tiananmen es la más grande del mundo, es unas seis veces del tamaño del zócalo. También debe ser la plaza más custodiada. Es el símbolo político de China, pero pasó de ser el epicentro de la vida política a un búnker custodiado por la policía. Hay cientos de policías uniformados y muchos vestidos de civil. La plaza y la memoria están secuestradas. Si uno busca en internet de China Tiananmen, es casi imposible encontrar alguna referencia a la matanza. Ante este panorama, las redes sociales se han convertido en el espacio ideal para intercambiar información: Sina Weiboo o QQ aglutinan a cientos de millones de usuarios. El 4 de junio pasado, día del 25 aniversario, el cineasta Jia Zhanke tuiteo: No se preocupen por el olvido, al menos los censores de Sina Weiboo se acuerdan.
Entro por la avenida Chang´an, que divide a la Ciudad Prohibida, histórica casa de los emperadores chinos, de la plaza. La policía pasa los documentos de identidad de los chinos, por una especie de escáner, la mayoría son trabajadores que tienen que cruzar la plaza. La espera es de unos 25 minutos. Nadie se queja. Parecen acostumbrados. Me revisan y entro a la plaza. Camino mucho rato, la sensación es muy extraña: me siento observado.
Salgo de la plaza y quiero comer algo, pero ya estoy cansado del vinagre de arroz, quisiera comer algo que no supiera a China. Creo que estoy perdiendo el ímpetu del explorador. Soy un turista, no un viajero. Y los turistas normalmente nos aburrimos en varios momentos del día. Somos cazadores de momentos que puedan ser mostrados a los demás, buscamos insaciables emociones que casi nunca llegan, ritmos que son más parecidos a una película de acción y que nada tienen que ver con nuestra vida. Aunque siempre que contamos nuestros viajes, es decir nuestras vidas, buscamos hacerlas parecer a ese extraño ideal en el que las parejas nunca se quedan en silencio y los trayectos no son anodinos. ¿De dónde sino de la publicidad (y de la inmensa cantidad de ficciones que parecen publicidad) provienen esos modelos? ¿Por qué es tan difícil imaginar otra manera de vivir? Supongo que las redes sociales son el marco perfecto para las vidas de los turistas. Mostramos lo que queremos y escondemos lo que no. Vivimos experiencias enteras con el único objetivo de ser vistos por otros, no me parece mal, creo que hay una sinceridad enorme y una muy genuina necesidad de mostrar a los demás que vivimos, como no vivimos. Que nuestra vida es la que quisiéramos vivir.
Al sur de la plaza está el mausoleo de Mao, su imagen es omnipresente, está en todos lados y todo el tiempo. Un recordatorio de donde empezó esta China y también un aviso de hasta donde puede llegar. El gran tlatoani, el iniciador de la obra que llevó a China de lo que era a lo que es hoy: un comunismo que tan poco se parece a otros comunismos. Se le reconoce como el iniciador del milagro, aunque a veces se mencionan las partes menos halagüeñas de su mandato, por ejemplo la hambruna que mató a 15 millones de personas. Pienso en los estudiantes que protestaban contra el partido comunista y en los jóvenes que tiraron un bote de pintura contra el cartel de Mao que cuelga a la entrada de la ciudad prohibida. Pienso en ellos mientras estoy formado en la fila para entrar a ver el cuerpo embalsamado del gran líder. Qué rara esa costumbre de conservar el cuerpo de un político y más raro es que seamos tantos los que queremos verlo. Los comunistas son muy de embalsamar: Lenin, Mao, el líder comunista mongol Horloogiyn Choibalsan, el checo Klement Gottwald, Joseph Stalin, Ho Chi Minh, Kim II Sun y Kim Jong II, entre otros.
Hay una revisión minuciosa antes de entrar al salón principal donde reposa, si a eso se le puede considerar descanso, el cuerpo de Mao. Bajo un bucólico paisaje está el cuerpo, aislado por un vidrio prístino y rodeado de montañas de flores blancas. Está muy maquillado, parece una señora. No lo puedo dejar de ver, su cuerpo emana una fuerza inmensa, la energía de alguien que se echó a la espalda al país más grande del mundo. Uno de los hombres de cuyas decisiones, más vidas han dependido en la historia de la humanidad. El silencio en la sala es abrumador. Siento que los demás sienten lo que yo siento al ver el cuerpo: miedo.
En una de mis antologías de poesía china leí ayer esta joya:
Canción de combate de los guardias rojos
Somos los guardias rojos del presidente Mao,
los que forjamos nuestros corazones en el fragor de las tormentas.
Con las armas del pensamiento de Mao Tse Tung,
barremos toda la canalla.
Estamos decididos a la crítica, estamos decididos a la lucha,
somos y siempre ya seremos rebeldes revolucionarios.
No dejaremos ni raíz del viejo mundo.
Roja será ya siempre la patria nuestra de la revolución.
Somos los guardias rojos del presidente Mao,
en vanguardia de la Revolución Cultural,
unidos a las masas para librar el combate
y eliminar a todo ser nocivo.
Estamos decididos a la crítica, estamos decididos a la lucha,
somos y siempre ya seremos rebeldes revolucionarios.
No dejaremos ni raíz del viejo mundo.
Roja será ya siempre la patria nuestra de la revolución.
Salgo del edificio y afuera venden toda la mercancía de Mao. Todo hay de él, todo. La gente paga con billetes donde sale Mao la mercancía de Mao.
TODO BAJO EL CIELO (VII)
A la mañana siguiente tomo un camión rumbo a Datong. No se que estoy haciendo, mi viaje ya no tiene control: estoy siguiendo a Lou Lee para entregarle un paquete, pero en realidad debería estar disfrutando y conociendo cosas que a mi me interesaran. Viendo la carretera tengo una revelación, me doy cuenta de la cantidad de cosas que me interesan porque a los demás les interesan. De todo lo que me interesa demostrar a otros, otros que por lo general no me interesan en lo absoluto. Y vuelvo a pensar en las redes sociales, en ese mostrar a un “ellos” abstracto cosas. En ese tener una tribuna siempre dispuesta a escucharme y ese sentir que los demás no paran de decirme cosas. Ese sentir que nunca estamos solos. Pienso en el camino y me imagino que soy Coetzee niño.
Cuando hablé con Lou Lee, él me miraba atento, escuchaba lo que yo le decía, y aunque yo noté que algunas cosas de lo que yo le decía no le interesaban tanto, me miraba con atención. ¿Habrá sentido Lou Lee lo que yo sentí?
Me bajo en la estación de Datong, no se nada del lugar, nada. Antes de salir de Pekín, busqué la distancia y el lugar en donde tenía que tomar el camión. Nada más. Camino sin rumbo hasta que veo un hotel. Entro y pido un cuarto, me lo dan, no es barato pero no me importa. Hace muchos años le di gracias a algún dios por haberme salvado de los problemas de dinero. Porque todo mundo sabe, que para que a un artista le vaya bien económicamente, la mitad depende de la suerte. No es que uno sea mejor que otros, es algo distinto. Y ese algo me ha permitido, creo, viajar como he viajado tantas veces. Sin preocuparme de donde voy a dormir, sabiendo que al final tengo un pedazo de plástico en la bolsa en el que puedo confiar, hasta que se demuestre lo contrario.
El hotel no está nada mal. Escribo un correo en el que le aviso a Lou que estoy en Datong.
Pregunto en recepción y me hablan de las dos grandes atracciones turísticas: el templo colgante y las cuevas de Yungang. Salgo a comer algo, abro mi libro al azar:
Ciudades:
Una ciudad que no conoce, una ciudad
en la que no estuvo, una ciudad en la que estuvo
de paso, en la que pasó una noche, dos días o un año,
una ciudad en la que vivió casi toda su vida
sin conocerla, caminando siempre en círculos,
una ciudad que intuyó desde la ventanilla de un micro,
a través de los ventanales de un aeropuerto,
mirando a los aviones despegar en el atardecer
(los nombres en el tablero no le dicen nada),
una ciudad imaginaria, una en la que sintió
una especie de deja vu al llegar por primera vez
y recorrer sus calles, una ciudad que odia
por las mismas razones por las que ama a esa otra
(ambas desconocidas), una en la que pasó una tarde
conversando con una chica en un lenguaje de señas,
una con playa en la que se encontró una piedra
hermosa: la llevó en su mochila durante un viaje
para abandonarla, un día, de golpe, en otra ciudad.
Meng Jiasheng
Datong fue hace 1600 años la capital de un pequeño imperio, y hoy día quiere recuperar ese esplendor. Datong quiere ser reconocida, hace 1600 años cuando era capital le construyeron una muralla para protegerla, una muralla grande y espléndida como se merecía. Hoy en día están construyendo la replica de esa misma muralla. La original fue destruida y en su lugar se erigieron decenas de los típicos edificios comunistas.
Las cuevas son alucinantes. En las 53 grutas, hay muchísimas esculturas de Buda, algunas de ellas de casi 20 metros. Las cuevas también tienen impresionantes pinturas.
De alguna manera la metáfora de mi viaje está aquí: un lugar que te hace sentir siempre ajeno, del que no puedes esconderte y que no deja de recordarte tu tamaño. Una serie de esculturas gigantes, que hacen que el tiempo se vuelva algo palpable y que unas cuevas del siglo V no tengan el aura de un principio, sino un momento más de un país que nunca empezó y no se ve cuando vaya a acabar.
La experiencia me conmueve mucho, lloro un poquito y decido no visitar nada más ese día. Atardece. Regreso al hotel y veo que Lou Lee no ha contestado. Han pasado ya siete horas desde que le escribí. Decido esperar una hora, pero no responde.
Bajo a la calle y camino a un bar. Me siento. Me bebo una cerveza y dos y tres y cinco y siete y whiskey. Hasta que no se más de mi.
Abro los ojos y no se donde estoy. Está oscuro. Una cama que no reconozco. Trato de recordar, de relacionar, de orientarme. Nada, poco. Imágenes, flashasos. Se que me emborraché la noche anterior. Recuerdo vagamente que fui a un bar y luego a otro. La recuerdo a ella y a él: Tze y Shon Zu Lin. Los conocí en ese bar. ¿Venían de Pekín? ¿De qué hablamos? ¿A cuántos bares fuimos? ¿Bailamos? Salgo del cuarto sin saber donde estoy, me duele la cabeza, estoy angustiado. No veo a nadie, no busco más. Salgo del departamento. Busco en mis bolsillos y veo que tengo mi cartera, tengo dinero. ¿Habré sacado de un cajero? Camino un poco y reconozco un edificio a lo lejos, camino hacia allá, me oriento. Veo mi sombra reflejada en un piso de tierra, y me parece la sombra de un chino.
Entro al hotel. Mi vuelo sale a las nueve de la noche de Pekín, volaré de ahí a Shanghai y de ahí a Alemania y de ahí a México.
Me baño, recuerdo algunas cosas, pocas, tengo escalofríos. Salgo de bañarme dejo en recepción el paquete para Lou Lee y salgo del hotel y de Datong.
Llego a Pekín, corro al aeropuerto y cuando me dan mi boleto, me tranquilizo. Con los 15 minutos gratuitos de internet, reviso mi correo y le digo a Lou Lee donde está su paquete. Camino a la sala de espera me siento y cierro los ojos.
Llego a Pekín, corro al aeropuerto y cuando me dan mi boleto, me tranquilizo. Con los 15 minutos gratuitos de internet, reviso mi correo y le digo a Lou Lee donde está su paquete. Camino a la sala de espera me siento y cierro los ojos.
Esta es la historia de mi vida, viajar y viajar y no llegar a ningún lado.
Horas después dejo China. Y me pregunto a qué vine y también qué me llevo de acá.
No se.
No se.
“La elección de los escenarios es siempre un misterio. ¿Por qué Kafka elige China? Por muchas razones, una de ellas porque era chino.”
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