MATERIAL DE CONSTRUCCIÓN

1.
Todas las navidades de mi vida las he pasado en Durango. En casa de mi abuela. Si ha existido un lugar en mi vida al que he llamado hogar, ha sido la casa de mi abuela. Un centro, un espacio que parecía eterno, inmutable, separado de las vicisitudes de mi vida. He cruzado grandes extensiones de terreno para llegar el día 24 de diciembre a cenar el pavo con mi abuela. La periodicidad con la que voy a esa casa ha hecho que la navidad, sea también para mi una manera de hacer un balance, de ajustar cuentas conmigo. De pensar mi vida desde afuera de mi vida.
Mi abuela es para mi, desde la muerte de mi madre, la figura femenina que ocupa el centro de mi imaginario. Tiene 97 años y de mis viajes solo me pide que le traiga una cosa: una piedra.
¿Quién pide una piedra? Pedir una piedra me sigue pareciendo algo lleno de poesía. Es “un recuerdo” en el sentido más estricto del término. No cuesta dinero, es literalmente un pedazo del lugar visitado, implica encontrar valor donde muchos solo vemos piedras.
En varias ocasiones le he dado a mi abuela piedras del DF, haciéndolas pasar por rocas chilenas, polacas, rumanas y estadounidenses. Veces en las que no me acordaba de traerle la piedra en el viaje, pero me acordaba antes de salir rumbo a Durango.
¿Quién pudiera como tú, abuelita, conformarse con las piedras?
2.
Después de navidad salí rumbo a Ciudad Juárez. Tenía un vago plan de ir a algunos lugares en Estados Unidos: el gran cañón, death valley, las white sands. Tenía ganas, sobre todo, de viajar solo. Tomé el camión de noche.
El camión avanza por la carretera.
Su techo, visto desde arriba, es blanco y está sucio.
Las luces delanteras alumbran el asfalto
No hay más coches. Solo él y la noche.
Suena un teléfono. Una mujer contesta. Habla y dice que no dejen sola a su mamá, que alguien la tiene que acompañar a la fiscalía. Hace otra llamada y dice: “yo nunca los voy a abandonar, nunca los voy a dejar solos.” Llora. Pasa más de una hora y escucho que habla otra vez, y dice: “…para avisarles que lo mataron, llego mañana a las nueve de la mañana. Las veo a las diez en mi casa. Por favor avísenles a mi tía Bertha y a Licha, porque yo no traigo sus números. No, no , no… yo vine a Durango, porque aquí me están dando las radiaciones, porque me operaron y resultó cáncer y por eso llego hasta mañana”. Cuelga y llora. Viaja con dos niños, 2 y 12 años más o menos. El camión va casi vacío. El niño grande ve una película acostado en dos asientos. La mujer y el niño pequeño ocupan los dos asientos atrás de él. Me levanto al baño y veo que la mujer intenta ver una película con los ojos llenos de agua. Ve la pantalla, no la película. Las películas no sirven para nada cuando realmente las necesitamos.
Tenía ganas de conocer Juárez en primer lugar porque a veces soy un fantoche. En segundo porque tengo una profunda admiración por Bolaño y González Rodríguez. 2666 y Huesos en el desierto son libros que han marcado mucho mi manera de entender al país y han construido en mi una ciudad Juárez imaginaria, una ciudad de palabras. Recientemente el proyecto Baños Roma de TLS abonó a mi mitología personal de una ciudad que produce en mi una fascinación (desde los tiempos de la prohibición hasta la “larga noche de Juárez”) una fascinación peculiar: la del turista.
Me bajé del camión sin saber que hacer. Ciudad Juárez. Tomé un camión al centro, medio instintivamente, pero también porque sabía que hacia allá estaba la frontera. Mi plan era conocer un poco la ciudad, tal vez pasar una noche ahí y después moverme a El Paso. Me paré en una avenida y tomé el primer camión que pasó. Decía: centro. En cuanto me subí sentí un susto. Me avergoncé de estar asustado. Solo había tres pasajeros. Tres hombres que me vieron raro. Me miraron como a un turista que se sube a un camión en Juarez un domingo en la mañana. Pagué y me senté. La primera impresión que me dio la ciudad, fue de desolación, además el domingo y las nueve de la mañana no ayudaron nada. Me sentía asustado, triste y con ganas de llorar. La ciudad era más triste de lo que yo me imaginaba. Pensaba cosas cursis ¿cómo una ciudad puede soportar tanta violencia? ¿dónde se mete el miedo? El camión se paró y sobrevino el milagro. El niño de unos 13 años que acompañaba al chofer se bajó con las manos vacías y subió con una cuna portátil, muy pequeña, tras él una muchacha de unos veinte años subió y pagó, agarró la cuna que el niño amablemente sostenía y se sentó junto a mi, con la cuna apoyada en el piso, entre sus pies. No se si es porque ahí todas las muchachas me parecían hermosas, pero ella en medio de los hombres del camión era un ángel. Preciosa. Llegamos al centro y nos bajamos todos. El niño ayudó a la muchacha a bajar al bebé. Me acerqué a ella para preguntarle que se sentía de ser tan bonita en un ambiente tan feo, pero no me atreví.
Caminé un rato por el centro, caminé para no quedarme parado. No vi nada que se me antojara para desayunar, al contrario, todo me parecía horrible. Tenía ganas de quedarme un rato, conocer algo, pero todo me causaba repulsión. Lo intenté, de verdad, pero en cuanto vi un sitio de taxis, le pedí que me llevara a la garita con El Paso.
Juárez me escupió.
3.
Frontera, permiso, pasaporte. Me sorprende que algunos la llevemos en tantas cosas de gane. Que sea tan claro que hay ciudadanos de primera y de segunda (aunque haya de primeras a primeras). Porque los que tuvimos educación, dinero suficiente y cariño, somos “nosotros” que nos merecemos el mundo y ese mismo mundo no nos merece. Y una cosa lleva a la otra como en un círculo vicioso o como en una mala canción:
-¿Por qué cruza tan fácil la frontera?
– Porque viajo mucho
– ¿Por qué viaja tanto?
– Porque así trabajo.
– ¿Por qué así trabaja?
– Porque cruzo fácil.
– Eso mismo fue lo que yo le pregunté…
Llegué a Estados Unidos. Caminé por El Paso, sin saber a donde ir, sin ningún plan fijo. Me instalé en el segundo hotel que vi. No estaba mal, pero estaba caro. Salí a caminar. Me sorprendió la pobreza del paso, caminé mucho. Me metí a un bar, me tomé tres cervezas y escribí:
“No se que hago aquí. Estoy en un bar cerca de mi hotel. Veo la frontera, veo a la gente. No se que hago de este lado de la barda. Siento que estoy a punto de descubrir algo, pero no se qué es”.
Me desperté y fui a rentar un coche. Llegué a Enterprise y me advirtieron que en este momento solo tenían coches grandes. Agarré una pick up grande. Arranqué hacia el oeste por la interestatal número 10.
En el camino escuché la crónica de “Los Acapulco Kids” que había grabado la noche anterior , dura 45 minutos, sin pausa, de audio puro y duro.
A medio camino hubo una inspección de la Border Patrol, me bajaron y me llevaron a un cuartito. Me preguntaron algunas cosas y luego me hicieron esperar unos diez minutos, solo, encerrado, mientras ellos revisaban la camioneta. Pues lo que al principio sentía yo como confianza, a los seis minutos se transformó en nerviosismo y a los nueve en miedo. Me imaginaba tras las rejas de una prisión estatal en Arizona. Lo que más le extrañó al agente, me pareció, fue que le dijera que me dedicaba al teatro. Estoy seguro que nunca se imaginó que en México hubiera teatros.
Cuando me sacaron del cuartito, puse todo mi esfuerzo en mostrarme ofendido, me subí a la camioneta a revisar si estaban mis pertenencias de valor, la cámara, el iphone, unos billetes. Todo estaba intacto.
“No minors allowed beyond this point”
Estoy en El Charro (mexican food), en un lugar llamado Lordburgh o algo así. El único restaurante del “pueblo” comparte predio con el único “bar”: el Maverick saloon. Es uno de los lugares con menos gracia que haya visto, no es feo, es triste. La alfombra mullida, los muebles raídos. Tal vez tuvo tiempos mejores, lo peor está por venir. Me hace pensar en el título de Walraff: los perdedores del mejor de los mundos. Soy el único que no está integrado a la plática. Es 30 de diciembre. ¿Existe alguna expectativa de crecimiento para un pueblo como este? ¿Por qué están todos aquí? ¿Van a pasar aquí el año nuevo? ¿No se pudieron permitir unas vacaciones? ¿Qué clase de vacaciones me estoy permitiendo yo, que acabé aquí?
En el bar, los demás se ríen, molestan a una mesera muy viejita a la que llaman Rosita. Lo mismo que en todos lados, igual y diferente. Pedí una hamburguesa hace horas, espero que esté buenísima. Tengo ganas de irme al hotel a leer.
Cuando pedí mi cerveza la mesera me pidió mi identificación. Le mostré mi pasaporte. ¿Qué es esa necesidad de constatar lo evidente? Hay una desconfianza ante lo que está claro ante nuestros ojos, todo debe ser comprobado para ser verdad, para existir. Esa es una de las bases sobre las que está cimentado Estados Unidos. No crea en lo que ve, crea en la comprobación que hemos inventado para aquello que usted ve.
Los siguientes días se me fueron manejando, conociendo lugares, hablando solo.
Vi a mis queridos Nadia Lartigue y Fernando Alvarez Rebeill, Fuimos juntos a Cottonwood. Nos emborrachamos mucho. Muy pronto me di cuenta que este viaje lo estaba haciendo para tener conmigo una conversación que tenía pendiente. Durante muchos años viaje solo. Fui un adolescente solitario y leí libros de personajes solitarios y decidí que iba a ser uno de ellos. Y me di cuenta que a últimas fechas todos los viajes los hago con gente, llevaba tal vez cuatro años sin viajar solo. Nunca había viajado tanto en mi vida como ahora, pero tampoco nunca había viajado tan acompañado.
Decidí realizar una dinámica. Me iba a auto entrevistar, iba a ir escribiendo en mi libreta 70 preguntas, las primeras que se me vinieran a la cabeza, y me las iba a contestar. La única regla era que debían ser formuladas y respondidas en voz alta y que había que ahondar en las respuestas.
Pasé muchas horas respondiendo preguntas, hablando conmigo, pero sobre todo escuchándome. Me sorprendí de lo que oí.
Preguntas:
1-¿Qué esperas de tu relación amorosa con las mujeres? 2-¿Por qué no has pedido perdón? 3-¿Qué te avergüenza? 4-¿A qué le temes? 5-¿Por qué te avergüenzas de eso? 6-¿Qué te da miedo del futuro? 7-¿Qué relación quieres tener con tu familia? 8-¿Por qué has establecido la tienes ahora? 9-¿Qué sientes de tener 30 años? 10-¿De qué estás orgulloso? 11-¿De qué arrepentido? 12-¿Has pensado en suicidarte? 13-¿Eres homosexual? 14-¿Qué envidias? 15-¿Por qué? 16-¿Qué te gustaría hacer en cinco años? 17-¿Quieres tener hijos? 18-¿Qué lugar ocupa el sexo en tu vida? 19-¿Qué no has hecho que te gustaría hacer? 20-¿A quién admiras que tenga tu edad? 21-¿A quién odias? 22-¿Por qué? 23-¿Por qué no tienes seguro médico? 24-¿Es importante para ti tener la razón? 25-¿Qué no quieres hacer nunca? 26-¿Qué lugar tienen en tu vida tus amigos? 27-¿Qué es para ti un compañero de trabajo? 28-¿Por qué se generan sentimientos de antipatía con gente muy cercana? 29-¿Tienes alguna postura sobre Dios? 30-¿Por qué te persignas? 31-¿Qué opinas sobre tu Papá? 32-¿Qué piensas de tus hermanos? 33-¿Por qué has abandonado amistades? 34-¿Por qué saliste peleado de donde saliste peleado? 35- ¿Sientes que cada vez te alejas más? 36-¿Sigues enamorado de Amanda? 37- ¿Dónde te gustaría vivir? 38- ¿Por qué piensas en la posibilidad de estudiar? 39- ¿Qué ganas y qué pierdes? 40- ¿Sientes necesidad de vivir en otro lugar? 41- ¿Cómo piensas en tu tiempo cotidiano? 42- ¿Por qué haces tantas cosas que no quieres hacer? 43-¿Crees que es normal? 44- ¿Estás cómodo con tu relación con el alcohol? 45-¿Por qué no has ido? 46- ¿Estás contento de estar en el gran cañón? 47- ¿Cómo hacer cine después de lo que sabes? 48- ¿Qué tiene de bueno para ti hacer cine? 49- ¿Qué buscas artísticamente? 50- ¿Tiene sentido? 51- ¿Sientes generosidad en tus actitudes cotidianas? 52- ¿Crees que has ayudado a otras personas? 53- ¿Por qué crees que a cierta gente le resultas antipático? 54- ¿Qué tanta necesidad tienes de ser querido? 55- ¿Qué tanta necesidad tienes de ser respetado? 56- ¿Sientes que ligar es igual a mentir? 57- ¿Qué piensas hoy de la fidelidad? 58- ¿Cómo te sientes con tu cuerpo? 59- ¿Cómo la llevas con tu personaje? 60- ¿Te pesa envejecer? 61- (censurada) 62- ¿Por qué no estuviste tanto con tu abuela? 63- ¿Cómo sientes que te ven las mujeres? 64- ¿Por qué te da tanto miedo cambiar una llanta? 65- ¿Sientes que eres alguien fuerte fisicamente? 66- ¿Cuándo vas a ira la dentista? 67- ¿Qué tan profundamente crees en lo que dices creer? 68- ¿Cómo te llevas con lo que comes? 69- ¿Cuáles son tus preocupaciones económicas? 70- ¿Sigues creyendo que no siempre es bueno decir la verdad?
4.
Mi abuela nació en Estados Unidos, en Nuevo México. Su historia es a contracorriente de la flecha migratoria. Brincó la barda de bajada. Salió de Estados Unidos sin papeles. Nació en un pequeño pueblo llamado Cloudcroft, se fue de ahí cuando tenía 10 años y nunca volvió. Las versiones varían, pero a mi la que más me gusta es que a esa edad, salió con su hermano Adán (dos años mayor que ella) huyendo del país. Dos niños que huyen como John y Pearl en La noche del cazador, sorteando toda clase de peligros, saltando a trenes llenos de carbón, escondiéndose de los bandidos. Los hermanos, Adán y Esperanza tenían el recuerdo de que una tía suya vivía en Durango y hacía allá se dirigieron. Después de semanas de travesía, cansados y hambrientos llegaron a las afueras de la ciudad de Durango a un pequeño pueblito llamado Suchil, una población que se encontraba frente a una hacienda y cuyos pobladores eran los trabajadores de la hacienda. Mi abuela y su hermano se escondieron atrás de un establo y observaron a la gente. Casi no hablaban español. Una mujer los vio y se acercó a ellos, se dio cuenta que estaban perdidos y que no hablaban español, mandó llamar a otra señora que hablaba inglés: esa resultó ser la tía de mi abuela. Se quedaron en Durango para siempre.
En mi primaria tuve un amigo muy querido que se llamaba Manelick. Cada vez que había vacaciones, Mane nos invitaba a distintos destinos. Su familia era dueña de los hoteles Kristal, y a veces íbamos a pasar las vacaciones a esos hoteles. Recuerdo en especial una vez que fuimos a Puerto Vallarta, en ese mismo hotel pocos años después hubo una tremenda balacera entre los Arellano Félix y el Chapo Guzmán. Pues en alguna de esas ocasiones nos invitó a su casa de Durango. Yo avisé a mi abuela, que hacía muchos años se había mudado a la capital del estado, que iba a pasar unos días para allá. Volamos en un avión privado desde el aeropuerto del DF, y nunca voy a olvidar, que lo que más me impresionaba, y por lo que yo concluía que Manelick era rico, era porque en el avión había muchísimos paquetes de chicles. Llegamos a la casa, que en realidad era una hacienda, y en un muro muy alto tenían, hecho de azulejos, el árbol genealógico de la familia. En ese viaje probé la cerveza, con los caballerangos de la hacienda. Manelick era muy precoz y tenía una confianza enorme en si mismo. Supongo que tener tu nombre “tallado” en azulejos, ayuda.
Mi abuela al enterarse que yo iba a visitar Durango, se puso muy feliz. No se qué habrá pensado o sentido, cuando supo que yo estaba hospedado en la hacienda de Manelick, que era la hacienda que dio vida al pueblo de Suchil, que fue el pueblo al que ella llegó. Ahora pienso que tal vez, cuando mi abuela me visitó, fue la primera vez que entró a la casa grande. Recuerdo poco de ese día, pero me acuerdo muy bien de que mi abuela tenía lagrimas en los ojos cuando se despidió de mi.
A la mitad de la entrevista llegué al gran cañón. No hay palabras para describir lo que sentí al llegar… era como ver a Dios en tierra de indios.
Pasé mucho tiempo ahí, absorto. Fue ahí donde encontré al pájaro azul que iba a cruzar el río congelado.
Me sorprendió la cantidad de fotos que tomamos los turistas. Nunca antes en la historia de la humanidad tantas personas habíamos tenido la posibilidad de tomar fotografías. ¿Qué irá a pasar después con esos billones de imágenes? Pero lo que más me sorprende es que a pesar de que muchas más personas tenemos la posibilidad de tomar fotos, no tomamos fotos distintas. Es como si todos nos esforzáramos por tomar la misma foto. No hemos aumentado las posibilidades de representación, al contrario, pareciera como si lo único que quisiéramos es tener nuestro pedacito de lo que los demás tienen, nuestra foto de perfil.
Me fui de ahí, dormí un par de noches en la carretera. Seguí vagando y hablando solo.
El 10 de enero le escribo a David Gaitán, con quien he mantenido una intensa correspondencia en los últimos días:
De ahí a la mañana siguiente partí a Nuevo México, quería ir a las white sands, que son lo que su nombre indica. Pero lo impresionante es que en medio de los pastizales, se erige un desierto, con dunas y toda la cosa, de arena blanca blanca y finita finita. Como la de Cancún. Aproveché para visitar ese lugar porque me quedaba de camino a Cloudcroft, mi destino final.
Hace 98 años mi abuela nació en ese pueblo, cuando tenía 10 años se mudó a Santa Ana, California, porque su papá fue cambiado por la compañía en la que trabajaba: United Railways. De California pasó a Durango y no volvió a entrar a los Estados Unidos. Mi abuela nunca regresó a su pueblo natal. Desde hace tiempo tenía ganas de hacer un video para ella, mostrarle ese lugar. Pues ahora fue cuando, hice una serie de fotografías de la llegada a Cloudcroft, de el pueblo, de los árboles, las casas, el piso, la gente, etc… Recogí una piedra y emprendí el regreso.
Devolví el coche ene El Paso y cruce a Juarez, yo seguía teniendo ganas de pasar un poco de tiempo en Juarez, pero una vez más no pude. Acababa de morir el papá de Alejandro Paez dos días antes de que yo cruzara a Juarez, y él escribió un texto sobre su padre y sobre Juarez. Su conclusión (él fue uno de los juarenses más comprometidos con su ciudad aún durante la «larga noche») acaba siendo: Juarez es una mierda. Y es que no se puede creer lo que ha pasado ahí… no hay palabras (tampoco para esto) para describir el horror, que eso es lo que pasó en esas calles: la impunidad.
Regresé a Durango y fui a casa de mi abuela. Desayuné y fui a su cuarto en cuanto se despertó. Me acosté junto a ella y, desde la computadora en la que ahora escribo, le mostré las fotos que tomé en Cloudcroft. Ella se sorprendió mucho de que yo hubiera ido, y de las imágenes que vio. Creo que había olvidado casi por completo aquel paisaje. Supongo que sus recuerdos eran todos en blanco y negro. Todas mis fotos son a color. Estaba muy emocionada, con mucha energía, creo que hacía un par de años no la veía así, con una mirada muy viva y afilada.
En algún momento le dije que le había traído una piedra de su pueblo. Saqué la piedra y se la puse entre las manos. Ella la tocó, la miró y solo me dijo: ah… material de construcción.
Regresé al DF y seguí viviendo mi vida, a los pocos días mi papá me llama y me dice que mi abuela está hospitalizada. A los pocos días salimos rumbo a Durango. Mi abuela estaba en una cama, conectada al suero y al oxigeno, casi inconsciente. En algún momento nos reconoció a mi y a mis hermanos. Apretó mi mano. A los pocos días murió.


