¿Cómo me paro frente a este país?

 

 

 

¿Qué está pasando en México en estos momentos? ¿Qué acciones debo tomar frente a estos acontecimientos? ¿Cómo situó mi trabajo en un país así? ¿Qué hicimos para qué esto esté como está? ¿Quiénes son los mexicanos que mueren? ¿Quiénes son los mexicanos que los matan?¿Qué vemos los que atestiguamos este horror? ¿Qué sí podemos hacer? ¿Qué podríamos dejar de hacer? ¿Cómo poner en palabras lo que me pasa? ¿Cómo incidir más allá de lo simbólico?[1]

1 Ayer.

En Ayotzinapa Guerrero, a mediados de los sesenta, se gestaron dos organizaciones civiles: la Asociación Cívica Guerrerense y el Partido de los Pobres. Ambas, en un inicio pacíficas, al ver cerrados los canales legales de participación política optaron por la vía armada. Ambas estaban lideradas por maestros de la escuela normal de aquella localidad, eran Genaro Vázquez y Lucio Cabañas.

Aunque no era su objetivo manifiesto, las guerrillas rural y urbana de los años sesentas y setentas, contribuyeron a construir la germinal democracia mexicana. Esas organizaciones y muchas otras, no armadas sobre todo, ayudaron a presionar para que las fuerzas de izquierda pudieran participar en la lucha electoral, a fomentar la participación política de sectores de la población que no podían encontrar representación ninguna en un gobierno que desde 1929 había ejercido el poder sin ejercer la democracia, esas organizaciones contribuyeron, a que poco a poco el sufragio efectivo dejara de ser letra muerta, contribuyeron a un proceso que en 1997 se reflejó en la composición de la cámara de diputados y en el 2000 en la alternancia presidencial.

Todas y cada una de las conquistas en cuanto a libertades y representación política, han sido conseguidas mediante obstinadas luchas de distintos actores sociales, ninguna ha sido una prebenda del gobierno, ha sido un proceso lento e irregular, pero nadie podrá afirmar que el México de 1999 era igual, políticamente hablando, al de 1968 o al de 1929.

El panorama que tenemos hoy frente a nuestros ojos es desolador por el lugar en el que nos sitúa: el pasado. Lo que pretendimos era el ayer, se nos presenta hoy.

2 Los políticos.

La coyuntura de ciertos acontecimientos: Tlatlaya, Ayotzinapa y la muerte de José Luis Alberto Tehuatlie Tamayo de 13 años en Puebla durante una manifestación. Ponen en evidencia algo que es inaceptable, inadmisible, intolerable. En los anteriores eventos, personas que trabajan para el Estado, es decir al servicio de la sociedad, privan de la vida a otros mexicanos.

¿Qué hacemos frente a instituciones que en vez de aplicar la ley asesinan a ciudadanos?¿Por qué las personas encargadas de velar por el cumplimiento de la ley la rompen de esta manera?¿Cómo llegamos a este punto en el que la fuerza pública sirve de herramienta a otros poderes en perjuicio de la población?¿En qué momento se nos empezaron a acumular casos como los anteriores? ¿Cómo fue que permitimos que así sucediera?

El Estado atacando a sus ciudadanos, es decir a si mismo, como un cáncer.

A partir de 2005 y definitivamente desde que Felipe Calderón declaró la “guerra” contra el narcotráfico, el país se ha sumido en una explosión de la violencia que, por sus dimensiones, no habíamos tenido en casi 100 años. La violencia se apoderó del imaginario colectivo y cambió cualitativamente de manera radical; pasamos de los tiroteos al tiro de gracia, a los decapitados, a los colgados en puentes, a los cuerpos disueltos en ácido, a los desollados, a las fosas multitudinarias. Vimos en televisión a una persona que exigía sacarle un ojo a un militar antes de que éste perdiera la vida. Nos enteramos de algunas historias, de muy pocas. Las cifras varían, pero una media de 80 mil muertos y 30 mil desparecidos es el saldo de una estrategia de gobierno que, sin asomo de dudas, fracasó estrepitosamente.

Colin Crouch y Jacques Ranciere hablan de “posdemocracias”, y entienden por éstas, a los gobiernos que generan procedimientos que en nombre de la democracia socavan las prácticas democráticas. Esto es notorio principalmente en la alianza de los gobiernos con las élites económicas para las cuáles legislan y en última instancia gobiernan. El caso de los políticos que trabajan para el narcotráfico, me parece que es un ejemplo extremo de “posdemocracia”. Estos casos trastocan esencialmente la relación entre gobernantes y gobernados, porque pasamos de la imagen del político como ladrón que usa el poder para beneficio personal, al político como asesino, que usa a las fuerzas del estado para matar. La relación entre representantes y representados muta por una entre cazadores y presas. No hay posible representación.

El actual gobierno federal heredó un país con una profunda crisis, inundado de armas, de asesinos, de viudas y huérfanos. Pero decidió que no era urgente enfrentarla, decidió que un cambio en la terminología era suficiente, que se podía seguir navegando, sin proponer una estrategia clara.

La peripecia que representa Ayotzinapa dentro de la narrativa del gobierno federal es muy obvia: pasamos de ser el país de las reformas y el pacto por México, al de la desaparición de 43 futuros maestros. Los anuncios publicitarios del gobierno federal palomean conquistas, como si a menos de dos años ya estuvieran recogiendo el fruto de lo trabajado, como si la misión ya estuviera cumplida. Eso se acabó o por lo menos debería acabarse.

Hoy la mayoría de los políticos trabajan para sus partidos y los partidos tienen como fin único el acceso al presupuesto. Lo que tenemos enfrente no se resuelve con tres renuncias, ni con diez, ni con la renuncia de todos los políticos del país.

Percibo a mi alrededor una pulsión, por aglutinar a los políticos como un todo homogéneo y responsabilizarlos por los males que aquejan a la sociedad. Ese razonamiento nos pone en una situación de víctima y victimario que no ayuda mucho a accionar ni a entender la situación. Ya conocemos cómo funciona ese procedimiento, se denomina a un enemigo común: los políticos (o los musulmanes) y se va contra ellos en bloque, se les culpa de todos nuestros males, presentes, pasados y futuros; y sobre ellos depositamos nuestra rabia. Pero no estoy seguro que el diagnóstico sea el correcto, ni tampoco que el encono sea el lugar desde el que sea productivo actuar hoy. No es el odio a una supuesta “clase”, sino la construcción de contrapesos legales, procedimientos de vigilancia, rendición de cuentas y limitación en el ejercicio del poder, lo que puede transformar la situación. Los políticos son mexicanos que crecieron en las ciudades que crecimos nosotros, no vienen de China, su manera de ejercer el poder es una replica de la manera en la que se ejerce el poder en la mayor parte de los ámbitos de la vida cotidiana. Tratar a los políticos como una “clase”, me parece que no nos ayuda a entender ni a imaginar posibles transformaciones. Desterramos a los políticos y ¿Después? ¿Habría que poner a nuevos políticos? ¿Serían diferentes? ¿Quién va a comandar los esfuerzos? ¿Quiénes serían los nuevos políticos? El problema no son las personas, sino el equilibrio de fuerzas que hace que los representantes trabajen para sus representados.

¿Cuál es nuestro papel cómo ciudadanos frente a este estado de cosas?

3 Nosotros.

Algo estamos haciendo muy mal para que sucedan estas cosas ¿En qué estamos fracasando para que estos arreglos se perpetúen y grandes sectores del país se encuentren en este naufragio? ¿Qué vamos a hacer para evitar que la ineficacia de las instituciones derive en su incendio? ¿Cómo vamos a levantar este basurero?

Me parece central articular lo que está sucediendo y combatir ciertos relatos de los hechos que poco a poco se instalan en el imaginario público. Es en la forma en la que se relate lo acontecido, que estos eventos tendrán repercusiones a futuro. Dependiendo del relato el futuro, nuestro mañana.

El gobierno nos presenta el caso de Ayotzinapa, al igual que muchos otros, como si fueran excepciones, manzanas podridas dentro de una cosecha excepcional. Así pretende evadir el carácter sistemático de los atropellos para neutralizar sus efectos. Y no es así, no podemos creer que es así. Hay que luchar contra esas versiones, porque perpetúan las condiciones que posibilitan dichos eventos. No acepto la tesis de que el problema fue un alcalde y su esposa que endemoniados deciden matar a estudiantes. No acepto la tesis de que Tlatlaya es un caso aislado en el que los soldados se insubordinan y actúan por cuenta propia[2]. No acepto la tesis de que disparar petardos contra manifestantes sea un “error”. Permitir que estas versiones se instalen es grave, porque no se afronta el problema e indirectamente se propone, como dijo Sicilia, “administrar el infierno”.

Estamos frente a problemas estructurales: no existe una correlación de fuerzas en la sociedad ni en la política que evite que personas relacionadas con el crimen organizado gobiernen a ciudadanos que quedan a la deriva. Como tampoco existen los suficientes mecanismos que nos permitan a los ciudadanos, formar parte del ejercicio del poder, acotarlo y modelarlo. Hay que inventarlos. Pero no son las instituciones las que hay que incendiar, al contrario, debemos apropiarnos de esas instituciones transformarlas y darles sentido. Porque hay que exigir justicia. Hay que exigir que se aplique la ley y que se castigue a los responsables. Pero creo que esto solo se puede hacer por medio de instituciones.

Supongo que por lo menos hace cien años que no había tantos asesinos en el territorio nacional. Pero esos asesinos también son ciudadanos mexicanos y tienen derechos humanos, no son cucarachas como alguna vez llamó Calderón a los criminales, esa retórica sólo construye una lógica del extermino: acabar con aquellos que no se considera humanos y claro que en ese esquema las ejecuciones extrajudiciales son consecuencia lógica: se mata insectos. No podemos permitir que se instaure esta manera de pensar. No hay que exterminar a los criminales, ni a los políticos, ni a ningún grupo. Hay que juzgar, procesar y encarcelar a los que hayan cometido delitos, pero no eliminarlos. Cualquier proyecto de país debe incluir a todos los grupos.

“Vivimos en un país profundamente desigual, en México el 1 por ciento más rico de la población concentra el 12.5 por ciento del ingreso, mientras el 40 por ciento más pobre solo alcanza el 11.1%”. Es difícil pensarse parte de lo mismo viviendo realidades tan distintas, la misma violencia se vive de maneras muy distintas en el territorio nacional. Pero me parece muy importante intentar reconstruir una idea de comunidad con intereses comunes, la sola idea de compartir un territorio y un gobierno, hace que haya implícito un “nosotros”. Ese sentido de pertenencia a algo que nos trasciende es lo que hay que reconstruir: a nosotros. Pues solo en una comunidad puede ejercerse la ciudadanía.

  1. Mañana

¿Qué esperamos cuando decimos que la situación llega a un punto de inflexión? ¿A dónde esperamos que nos conduzca? ¿Salir de aquí para ir a dónde?

La democracia es aspiración y horizonte. Como dice mi maestro: la democracia no es el paraíso. Pero es el único sistema de gobierno que permite la coexistencia de diferentes maneras de entender el mundo, parte de concebir a la sociedad como pluralidad y al pueblo como depositario de la soberanía, pienso que por eso, ya vale la pena cuidarla, luchar por ella. Claro que hay una distancia entre la teoría y la práctica. Una cosa es la descripción de un sistema de gestión de lo político y otra su aplicación en una circunstancia dada. Frente a la impunidad que vemos dan ganas de quemarlo todo, pero no necesariamente es la mejor estrategia.

¿Qué del evento puede transformar como vivimos?

Y claro que a la hora de hablar de acciones concretas todo se torna más difícil, pero creo que hay camino… y está, pienso, en la manera en la que somos ciudadanos, en crear demandas concretas que puedan ser canalizadas a la arena pública. Las renuncias de políticos (que sin duda algunas son muy necesarias) no resuelven el problema, parten de la esperanza de que el próximo será mejor. Pero no debemos depender de personas, sino de arreglos institucionales. Necesitamos inventar la manera de influir, como ciudadanos, en la política poniendo sobre la mesa nuestros intereses y preocupaciones. Presionar porque los políticos no acaparen la política y generar una democracia con mayor nivel de participación ciudadana. Necesitamos reapropiarnos de la política. Inventar una manera de ser ciudadanos que mantenga un diálogo directo con el Estado, que no le de la espalda a la política, sino que se la apropie. Uso el plural para aclarar que es la sociedad en su conjunto la que puede construir formas de la ciudadanía. Somos todos. Los narcos son mexicanos que tienen familias, los policías municipales también, al igual que los maestros y los deportistas. Todos nosotros tenemos que construir un país, una sociedad, una manera de ejercer ciudadanía. Porque bajo el mote de “narcos” están desde el muchachito que es halcón por 50 pesos, hasta el taxista que reparte grapas de a 300, hasta el agente de aduanas que está en nomina, hasta el líder de una plaza (signifique eso lo que signifique). La sociedad la construiremos todos o no la construiremos. Son mexicanos los que ordenaron el asesinato, también los que lo ejecutaron y los que lo permitieron, por acción u omisión. Y así como con los 43 estudiantes, con los 80 000 muertos y los 30 000 desaparecidos. Y no hablo de perdón, ni de olvido. Hablo de desde donde vamos a afrontar un problema que está en la sociedad misma.

¿Cómo vamos a reconciliar este país? ¿Es la rabia lo que conviene procurar?

Hay que exigir justicia, hay que hacer lo imposible para que algo así no suceda jamás, otra vez.

  1. Miedo.

Las leyes están echas para ser cumplidas, y la autoridad en primer lugar debe cumplirlas ya que ellos son los encargados de velar por su aplicación. Es importantísimo que se haga justicia. El riesgo ante un panorama tan impune como el que hoy reina en Guerrero es la vuelta al ayer, a la violencia como mecanismo de transformación política, ya dijo el ERPI que funcionarán como escuadrones de la muerte. Hoy la violencia no me parece que sea el camino que nos ayude a transformar el país. 

Pero así como está la cosa en 2014 parece que estamos frente a un escenario de mediados de los setenta. La diferencia es que hoy el país está inundado de armas: los narcotraficantes, las autodefensas, los grupos guerrilleros, las varias policías, el ejercito y a saber quien más. Me atraganto al comprobar la vigencia de las palabras de Lucio Cabañas:

  •  
  • “¡Están matando al pueblo! ¡Contestemos con la guerra! ¡Venguemos la
  • sangre de nuestros compañeros campesinos! ¡Formemos grupos
  • guerrilleros en toda la República! Que nadie vote por el PRI! ¡Que nadie
  • vote por Figueroa…!”

Gabino Rodríguez

 

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[1] Nada es mío. Todo es robado.

[2] Fernando Escalante dice que a partir de los comunicados de la SEDENA, de 2008 a la fecha se pueden contabilizar a dos mil 300 ciudadanos mexicanos a los que ha dado muerte el ejercito. Además la Comisión Nacional de Derechos Humanos ha documentado más de 100 casos en los cuales el Ejército ha disparado en contra de civiles absolutamente inocentes

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