Si una noche de invierno un viajero

La montaña rusa. ¿Por qué será “rusa” esa montaña que nos lleva por subidas y bajadas inesperadas? Cuando uno va sobre la montaña rusa, lo único que hace es agarrarse bien fuerte del barandal, cerrar los ojos y gritar. Algunos levantan las manos.
El plan es: pasar 4 días en Moscú, tomar el tren transiberiano durante 9 días rumbo a Vladivostock y de ahí volar a San Petersburgo, donde pasaremos cuatro días más.
¿A qué vamos? Nadie sabe. Esa será nuestra pregunta más recurrente en Rusia: ¿Qué estamos haciendo aquí?
Moscú.
Llegamos poco después del 9 de mayo, día en que se celebra el aniversario de la capitulación del III Reich. Este año se conmemoraron 70 años de aquel evento. La ciudad seguía vuelta loca: exposiciones, galas, ballets, banderas; una infinita necesidad de reafirmarse como potencia. Todo lo que ayude a eso sirve: gimnastas, bailarinas, ajerdecistas, tenistas, astronautas, escritores o victorias militares.
¿Quién venció a Napoleón? Nosotros. ¿Quién venció a Hitler? Nosotros. Suenan trompetas.
Desde que Lenin trasladó la capital de San Petrsburgo a Moscú en 1918, la ciudad ha sido escenario de parte fundamental de la historia de occidente. Desde esta ciudad gobernaron Lenin y Stalin y Gorvachov y Yeltsin y Putin.
La escala de la ciudad no es humana. En ningún otro lugar, he tenido esta sensación de inmensidad, de inconmensurabilidad. Todo es gigantesco. Llegamos al aeropuerto de Domododevo. De ahí nos trasladamos a la ciudad en el tren, llegamos al metro. El metro está bajo tierra. Muchos metros, las escaleras son muy largas.
Barranca del muerto tres veces y sin descansos intermedios. Supongo que nunca se descomponen estas escaleras, sería muy difícil subir esto por propio pie. Se generaría un caos. El metro es un espectáculo, las lámparas, las columnas, los mosaicos, los pisos y los murales dejan claro que hubo un tiempo que hubo mucho.
Los vagones son muy anchos y los trenes viejos, pero funcionan a la perfección y pasan con una frecuencia enorme. La espera no rebasa el minuto, a veces dos.
Moscú es que es una ciudad construida contra la gente, no para ella. Las cuadras son inmensas y muchas avenidas solo pueden cruzarse por pasos a desnivel, supongo que para no afectar la fluidez del transito vehicular con molestos semáforos, pero eso hace que el peatón tenga que desviarse cientos de metros para cruzar una calle.
Pocas ciudades deben haber cambiado tanto entre 1990 y el 2015. 25 años y nadie podría reconocer lo que fue en lo que es hoy.
La URSS se disolvió en 1991, el comunismo en Rusia en 1993. Boris Yeltsin en octubre de 1993 bombardeo la “Casa Blanca”, sede del parlamento, donde se
encontraba la última resistencia bolchevique y que constituía uno de los últimos obstáculos para implementar medidas de corte capitalista. Fue una acción cobarde de Yeltsin, una replica que lo volvió igual a quienes decía combatir. Ese fue el fin definitivo de la etapa comunista.
El disidente Alexánder Solzhenitsin escribió: la privatización fue acometida en todo el país con la misma demencia ciega, con la misma precipitación destructora que la nacionalización de 1917-1918 y la colectivización de los años 30. Solamente se había invertido el signo.
Esta atrabancada entrada al neoliberalismo trajo consigo, lo que este clavado siempre o casi siempre trae consigo: una disminución de las clases medias, un periodo de expansión seguido por una inflación gigantesca, fortunas inmensas para unos cuantos. En aquellos años, se estima, que 30% de la población estaba rayando el umbral de la pobreza.
La ciudad y su historia nos rebasa, se nos presenta inasible, nos resulta imposible interpretarla: los secuestros del teatro moscovita, Anna Politkovskaya, la escuela de Beslán y Litvinenko.
Sergio Pitol lo llamó el país de las grandes realizaciones y los grandes sobresaltos.
Pasamos, en la avenida Tverskaya, junto al primer Mcdonalds que abrió sus puertas en 1990. Está llenísimo. El edifico es feo.
Muchas iglesias hoy se encuentran recién restauradas, durante el gobierno Bolchevique, estos declararon una férrea guerra contra la religión a la que consideraban el opio de los pueblos. Convirtieron las iglesias en bodegas y talleres. Pero algunas pocas, fueron transformadas en museos del ateísmo. En estos “museos” se explicaba que la religión era un cuento, que los curas quemaban mujeres en piras de leña verde y que los monasterios eran nidos de homosexuales. Una guerra sin cuartel contra las creencias de la gente.
Hasta mediados del XIX los retratos del zar, representado como un santo, colgaban en las iglesias.
A partir de que se prohibió la religión, profesar alguna era un acto de resistencia. Se formaron templos clandestinos, cofradías, logias. Maneras de vivir la fe a espaldas del poder, maneras de esconder y disimular lo más sagrado, aquello con lo que ningún poder debería intervenir nunca: la intimidad.
Hoy Putin gira al contrario y afirma que la iglesia es el socio natural del Estado.
Para entrar al mausoleo de Lenin, damos un largo rodeo en el que pasamos frente bustos de personajes en su mayoría desconocidos para nosotros, de repente vemos uno conocido: Stalin. Hay flores. Seguimos caminando y entramos a una construcción. Bajamos unas escaleras. Damos vuelta y ahí está, el cuerpo del líder de la revolución de octubre. Su cadáver. Hay silencio y los guardias nos miran. Pasamos en silencio, alentando nuestros pasos lo más posible, conteniendo la respiración.
El aura en su máximo esplendor. Salimos al aire fresco.
Lenin mencionaba en una carta a Gorki: toda adoración de una divinidad es necrofilia.
Así como los zares habían divinizado su imagen poniendo en cada iglesia un cuadro con sus facciones; así mismo los gobernantes bolcheviques quisieron ocupar el lugar que correspondía a Dios y a los santos: quisieron ser adorados. Solo así se explica la omnipresencia de las estatuas y los cuadros de los dirigentes. Es posible que, solo después de Jesucristo, el de Lenin haya sido el rostro más reproducido en la historia de la humanidad.
No debemos olvidar que Jesús es, para algunos, el mesías.
Los políticos ocuparon el lugar de Dios, para que la gente no olvidara a quien debían obediencia. Para que no dudaran que así como Dios lo había sido en algún momento, ahora eran ellos quienes tenían el poder de castigar y perdonar.
El 18 de julio de 1931 en el Pravda apareció la noticia de que se iba a construir el palacio de los soviets. Ahí se decía que iba a ser construida en cierta dirección, esa dirección era la del templo de Cristo Salvador.
El templo había sido construido por tres Zares distintos para celebrar la victoria sobre Napoleón en 1812. Muchos años se llevó la construcción de este gigantesco templo. Stalin decidió que había que construir ahí el palacio de los soviets, Eso implicaba, en la lógica del dirigente, destruir el templo para erigir el palacio. El proyecto del palacio era monumental, más monumental que el templo se preveía que tuviera 415 metros de alto, con una estatua de Lenin de 73 metros.
El problema se presentó en como destruir el templo, era una construcción demasiado grande para demoler. Se pensó en bombardearlo, pero su cercanía con el Kremlin hacía correr un riesgo demasiado alto. Se pensó en usar dinamita ¿y si la explosión resulta mayor de lo prevista? Se contempló realizar la demolición manualmente, pero después de algunas pruebas quedó claro que aquello tomaría muchos años, demasiados. Al final, después de sacar todo lo que de valor tenía el interior de la iglesia, se decidió dinamitarlo mu poco a poco, con cantidades muy limitadas de explosivos. Así se destruyó una de las iglesias más impresionantes.
Pero la construcción del palacio se fue postergando y postergando hasta que se desintegró la URSS y no se construyó nada. Durante muchos años hubo una alberca.
Fue en este templo donde las Pussy Riot escenificaron el performance que las llevo a la cárcel y a la fama.
Años después Yeltsin la mandó reconstruir, en tan sólo dos años, para que estuviera lista en la celebración de los 850 años de la ciudad, 1997.
Hoy se visita una reconstrucción del templo destruido. Es hermoso.
De alguna manera esa es la historia de este país: dinamitar, intentar borrar, esconder, edificar, tratar de restituir. Romper con el pasado, abrazar el pasado, borrar el pasado, cambiar el pasado, soportar el pasado.
El Transiberiano.
Un viejo profesor de Baku, capital de Azerbayan, decía hace varios años: los mayores destrozos los causó el comunismo en las conciencias de las personas. La gente no quiere trabajar bien y vivir bien. Quiere trabajar mal y vivir mal a eso se reduce toda la verdad.
RK habla de la contradicción entre dos criterios que rigen el imaginario ruso: uno es el criterio de la sangre y el otro es el criterio de la tierra. El primer criterio impone la pureza étnica de la nación rusa. El segundo criterio, el de la tierra, implica anexionar territorios pero que acaban socavando la pureza étnica. Es decir que son criterios excluyentes. La URSS privilegió la tierra. ¿Qué privilegiará la Rusia de hoy?
¿Pureza o imperio?
Siberia ha sido la mayor cárcel del mundo. Desde que los zares enviaban allí a cientos de miles de sus enemigos, hasta que los bolcheviques mandaron a millones de inocentes.
Mi relación con los rusos es bipolar. Por un lado crecí en una cierta concepción izquierdista (latinoamericana) del mundo, en donde la URSS ocupó un lugar muy importante. Era algo bueno que había salido mal. De hecho en mi secundaria seguía siendo raro que alguien desacreditara el proyecto soviético. Como dice Gabriel Zaid, en México todo mundo quiere ser de izquierda, hasta los de derecha. Habíamos leído “rebelión en la granja” y nos gustaba, pero eramos incapaces de articular una crítica al comunismo. En el imaginario en el que crecí, comunismo se equiparaba con bueno, de la misma manera que el imperialismo era malo.
Pero por otro lado, la mayoría de las ficciones que consumí durante mi niñez y adolescencia fueron estadounidenses y de Rocky a James Bond se representa a los rusos como los malos. Serios, casi siempre enojados. Los rusos en un extraño lugar de mi inconsciente eran malos. Nunca una idea de un pueblo simpático. En los juegos de video, muchas veces eran los enemigos a vencer. De fondo se oye TATU.
Conquistaron el espacio el 12 de abril de 1961, fueron los primeros en poner en órbita a un ser humano.
En las recepciones oficiales lo zares tenían dos jarras de agua y una toalla, para lavarse las manos después del contacto con embajadores extranjeros.
¿Por qué no me enseñaron en la escuela que Stalin firmó un pacto con los Nazis durante la segunda guerra mundial? ¿Por qué se nos enseña a respetar por igual a Trotski, a Siqueiros y a Stalin?
En México siempre hemos tenido una visión suavizada de los crímenes soviéticos por el hecho de serlo. Porque, ya lo dijo Zaid, en México todos son de izquierda (hasta los de derecha).
Durante el trayecto bebemos vodka al igual que los demás. Por lo menos una botella al día. Una vez que la abrimos no nos levantamos hasta haberla terminado. En un hermoso poema ruso se explica que el alcohol que dejamos en una botella, equivale a las lágrimas que derramaremos en el futuro.
Tolstoi atribuía el alcoholismo del pueblo ruso a la necesidad de “ahogar la voz de la conciencia”. Y sí, beben mucho. Mucho más que nosotros.
Magadán es la capital de Siberia nororiental. Magadán es el lugar donde durante 25 años, personas fueron enviadas a la cárcel. Y en estas cárceles ser apresado significa ser asesinado. De entre los millones de personas que vinieron a parar aquí, tres millones no volvieron nunca más.
La imposibilidad de hablar, de charlar, de intercambiar formulas de cortesía, en estos pueblos en medio de la taiga siberiana, nos hace falta. Mucha falta. Solo hablamos entre nosotros. Extrañamente no van turistas extranjeros en nuestro tren. Nadie con quien hablar inglés. Nadie con quien intercambiar puntos de vista. Viajamos encerrados en el tren y en nuestro idioma. En nuestra literatura rusa, que se vuelve nuestro único puente de información con el imperio que atravesamos.
Siberia, cuántos presos han sido enviados a estas tierras para cumplir condenas inhumanas. La mayor cárcel del mundo. Lugares en los que además de las calamidades de cualquier cárcel, se suman el aislamiento geográfico y el frío.
El asesinato del Zar Nicolás segundo y todo lo que quedaba de la dinastía Romanov.
Los 9000 kilometros que recorremos son mayoritariamente un mismo paisaje. Cambia pero no cambia tanto. El transiberiano es un viaje monótono. Con paisajes impresionantes, pero sobre todo monótono. Una Rusia rural que se extiende por miles de kilómetros, pueblos chicos separados de aldeas más chicas y de pronto casas, casas solas en medio de la nada. De dos estaciones. Casa desde las que seguramente se divisa el tren y supongo que eso ya es bastante compañía para asegurar que el mundo sigue sucediendo fuera de allí.
¿Cómo vivirán estos hombres y mujeres? ¿Qué comerán? Somos víctimas de la imposibilidad de conocer que tenemos los turistas. Conocemos una parte limitada de las cosas. Nosotros aceptamos vivir con eso.
El antropólogo catalán Roger Gisbert, en su maravilloso libro, La Barcelona de los salvajes, Hace una distinción entre los lugares turísticos con mayúsculas y los lugares turísticos con minúsculas. Y a partir de una serie de estudios de caso, 10 restaurantes y 10 bares supuestamente no turísticos, parte de estudiar a un turista que no se asume como turista y busca lugares supuestamente no turísticos, pero después de trabajar durante 2 años con ciertos locales descubre que muchos lugares supuestamente no turísticos se sostienen económicamente de turistas no turistas.
En Rusia nos sentimos incapaces de buscar la Siberia auténtica ¿por dónde empezaríamos? ¿cómo hablaríamos con la gente? ¿cómo penetrar en una de las zonas más impenetrables del mundo?
El viaje es, digámoslo de una vez: monótono. Miles y miles de kilómetros con paisajes que se suceden sin que suceda nada.
Por supuesto que es muy impresionante el entorno.
El transiberiano se sustenta en la posibilidad de que pase algo. Pero la realidad es que no pasa nada, o casi nada. Por suerte es mayo y la nieve se está descongelando o está ya descongelada en gran parte del trayecto. En invierno esto debe ser la mar de la aburrición. Todo blanco para todos lados, todo el tiempo.
El restaurante del tren no es ni bueno ni malo. Pero si hubiera que escoger, diría que es más bien malo, aunque la sopa siempre está caliente y la cerveza fría.
Los humanos somos seres de costumbres, a lo largo del viaje constatamos como casi todos nos sentamos siempre en los mismos lugares: “el petrolero” siempre en la esquina izquierda, al fondo mirando hacia la ventana. Las cuatro señoras jubiladas, todos los días ocupan la mesa del centro. Nosotros somos de los pocos que alternamos, y lo hacemos entre la mesa 7 y la 4. Ambas del lado derecho, con un asiento mirando al centro del tren y el otro mirando fuera
Cruzar Rusia sin entender Rusia. Cruzar Rusia entendiendo cada vez menos. Cruzar Rusia dejando de creer en lo que se pensaba. El poeta Fiódor Tútchev dijo: Rusia no se puede comprender con la razón… en Rusia sólo se puede creer.
San Petersburgo.
Regresamos a occidente, comemos comida japonesa, hablamos en inglés. Felices.
El palacio de invierno y su plaza, fue donde se concretó la revolución Rusa, en el Bolshoi en Moscú fue donde se conformó la URSS. Hay algo muy relacionado con la representación en la historia de este país.
Rusia desde la época de zares hasta hoy, vive unida bajo el ideal del imperio. Esa es la idea que late en la médula de la aspiración rusa.
Dice el protagonista de la novela Petersburgo: fuera de Petersburgo no hay nada.
El sistema soviético precisaba de un aislamiento del exterior, de alejar lo extranjero. De evitar la contaminación. Esa pretendida asepsia social es característica de ciertos regímenes autoritarios que ven en lo extranjero al enemigo. Que se sienten atacados, a veces real y aveces imaginariamente por todo lo que sale de su control. Son los regímenes que no permiten que la información fluya, que censuran a diestra y siniestra.
Todo parece un escenario, un gran teatro. No hay que olvidar que fue en el escenario del Bolshoi, en donde se proclamó el 22 de noviembre de 1922 la formación de la URSS.
Aquí la personalidad del soberano lo es todo. La vida social toda, está permeada por un modo de ser y de hacer del gobernante, por un temperamento específico, una temperatura para ejercer el poder.
Pedro I, Catalina II, Alejandro III, Lenin, Stalin, Brézhnev, Jruscov, Gorvachov,Yeltsin,
Putin…
El museo Kirov, es uno de los más intersantes de San Petersburgo. Es el antiguo apartamento de un miembro destacado del partido comunista. Hay que ver ese departamento. Un despilfarro de espacio y de lujo. Sin duda no todos vivían la misma URSS.
Cuentan que en Moldova, un hombre pasó diez años en un lager por lo siguiente:
Le habían comisionado la misión de colocar un pesado busto de Lenin en un patio de recreo en un primer piso, al intentar meter el busto por la puerta, se dio cuenta de que no cabía, así que se le ocurrió subir el busto por el balcón. Pasó una cuerda por el cuello de Vladimir Illich y colocó una polea para poder levantarlo, no había despegado el busto del piso, cuando fue detenido por un policía y enviado al campo de trabajos forzados.
En los años 1932 y 1933, Stalin condenó a morir de hambre a diez millones millones de campesinos Ucranianos. Diseñó un programa de total colectivización, mediante el cual Moscú fijaba cantidades de alimento que los campesinos debían producir y entregar a Moscú. Las cantidades exigidas eran demasiado altas y los campesinos no lograban alcanzar los objetivos. Sin ninguna tecnología de por medio, se pretendía que generaran producciones que les era imposible. Moscú militarizaba los campos y prohibía a la gente tomar nada de las cosechas, so pena de ser abatidos por un disparo.. Muy pronto la hambruna se fue generalizando. Además los campesinos tenían prohibido abandonar sus poblaciones. Cuentan que cuando pasaban los trenes los campesinos se arrodillaban gritando: pan. Las historias de esos años en Ucrania son escalofriantes: madres que mataban a sus hijos, bandas de caníbales, gente que mordía la corteza de los árboles. Para acabarla de chingar, en la ciudades había mucha escasez de alimentos y las personas pensaban que esa escasez era porque los campesinos no trabaaban lo suificiente, así que no solo se morían de hambre, sino que además eran maldecidos.
El genocidio de Ucrania se explica de varias maneras, la más popular es la idea de que la URSS no podía existir sin el territorio de Ucrania y durante los años veinte hubo un renacimiento del espíritu nacionalista de aquel país. Stalin extermino, momentáneamente, cualquier llama independentista, exterminando a la población que podía quererla.
Hacer preguntas sigue siendo difícil en Rusia. Lo mejor es no preguntar. Será como dice RK porque las preguntas estuvieron demasiado tiempo reservadas a los agentes de la NKVD o de la KGB, que la gente se hizo de la convicción de que es mejor no preguntar nada. Que las cosas importantes saldrán a flote por si solas, sin necesidad de apurarlas, por su propio peso y densidad.
En 1985 Gorbachov da inicio a la perestroika y el glásnot. Ruptura con el pasado, apertura nunca antes vivida para aquellos ciudadanos que, en su mayoría, habían nacido y crecido bajo el mando de los bolcheviques.
Después de que Gorbachov renuncia al cargo de secretario general del PCUS. Yeltsin disuelve e ilegaliza el Partido Comunista.
Un Yeltsin, ya plenamente desacreditado por su alcoholismo, renunció en los últimos minutos de 1999, dijo: me voy.
Estuvimos en Rusia, cruzamos Rusia, conocimos algo de Rusia y salimos de Rusia.
Algún día regresaremos: se hundirá el barco, pero que quede el diario del capitán.
Gabino Rodríguez
(Nada es mío todo es robado)







