La ficción es el espacio en donde las cosas son reales y no son reales a la vez

A Sarah Minter
Con creciente desconcierto observo las manifestaciones, cada vez más frecuentes, en las que un grupo de personas se une para pedir que se prohiba una obra artística con la que no están de acuerdo. Sucedió recientemente con la película Pink y con el último video de Gerardo Ortiz Fuiste mía[1].
Intuyo que el sentido de las exigencias es realizar un “bien” a la sociedad. Librarnos, a todos, de ficciones que un determinado grupo considera que no deben existir.
No hace demasiados ayeres el grupo Provida con Jorge Serrano Limón a la cabeza, intentó imponer su moral a la sociedad, movilizando a un grupo de personas en contra de (entre otras cosas) la exhibición de la película El crimen del padre Amaro. Estamos, al parecer, ante el mismo fenómeno, aunque con signo opuesto: personas empeñadas en que se prohíban las ficciones que, por muy distintas razones, les resultan intolerables.
En los casos de Pink y el video de Gerardo Ortiz, según entiendo y a grandes rasgos, se argumenta que estas obras promueven valores o comportamientos reprobables y/o criminales: en uno la homofobia y en el otro el feminicidio.
Más allá de mis opiniones sobre estas producciones considero mi responsabilidad argumentar en contra de los impulsos que buscan censurar ficciones.
+
La libertad de expresión es un derecho humano y uno de los acuerdos fundamentales de la convivencia democrática. Como toda libertad, por definición, no es irrestricta, puede ser limitada porque existen otros cuyos derechos no pueden ser agredidos en nombre del ejercicio de mi derecho.
¿Cuándo una ficción viola los derechos de una persona o una comunidad? ¿Pueden ser las ficciones juzgadas penalmente por lo que los personajes hacen dentro de ellas? ¿Lo que aplica en el comportamiento civil puede aplicar en el territorio de la ficción? ¿Qué tanto es tantito?
No se puede juzgar a una persona por lo que hace dentro de una ficción y tampoco por lo que representa en ese acuerdo representacional que es toda ficción. Se le puede responsabilizar por el posicionamiento que toda ficción implica, por supuesto, pero de ahí a pretender que la ley sancione los contenidos de las ficciones hay un abismo.
Va un ejemplo: si un grupo de vecinos promueven el asesinato del presidente de la república, están incurriendo en un delito que dede ser sancionado. Pero no sucede lo mismo con una película que habla sobre un grupo de vecinos que promueven el asesinato del presidente de la república.
Ahora bien, en democracia hay figuras que sancionan comportamientos que fomenten, promuevan o inciten al odio hacia cierta comunidad o persona.
El artículo 20 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) establece que:
(1) Toda propaganda a favor de la guerra estará prohíbida por la ley.
(2) Toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia estará prohibida por la ley.
Según entiendo de leyes, es decir bastante poco, este artículo está vigente en la legislación administrativa mexicana.
Las ficciones actúan en dos niveles[2]: a nivel de contenido y a nivel de representación simbólica. Lo que pasa en la ficción, por un lado; y lo que sucede en relación al espectador con eso que pasa al “interior” de la ficción, por el otro. Estos dos niveles no siempre actúan en la misma dirección: una ficción en la que se matan muchas mujeres, como en la novela 2666 de Bolaño, es en entre muchas otras cosas, un alegato en contra de la violencia. Mientras que una película en la que no se asesina a una sola persona puede ser una apología del racismo.
En teoría si una película es un llamado a cometer un crimen contra una persona o un grupo de personas, pienso que debe ser prohibida.
Pero ¿Cuándo empezamos a prohibir? ¿Cuándo una ficción representa algo y cuándo es un llamado a la persecución? ¿Cuándo es una denuncia de algo y cuándo una incitación al odio? ¿Debemos optar por prohibir todo lo que ofenda? ¿Hasta dónde podemos estirar la liga para no comenzar a prohibir indiscriminadamente? ¿Con cuántas firmas se puede prohibir algo? ¿Cómo regulamos cuáles ficciones sí y cuáles no deben existir? ¿Con qué palabras se escribe esa ley? ¿Es el camino que deseamos tomar como sociedad?
+
Los problemas que están en juego en la discución actual: los feminicidios y la discriminación, son extremadamente graves en nuestro país. La indignación, el enojo y la impotencia ante la impunidad con la que se llevan acabo estos y otros delitos, son tangibles y absolutamente comprensibles. Aunque personalmente no pienso que sea prohibiendo ficciones como se van a resolver.
Una ficción, casi bajo cualquier definición, es un simulacro de la realidad, una posibilidad no ejercida. Una ficción no es la realidad sino una sublimación/representación/elaboración de la misma.
Pensar que las ficciones conducen a realidades directamente y sin mediación me parece que es un error.
No se me malinterpete: las ficciones no son inofensivas. Actúan sobre los imaginarios y los valores de personas concretas, acaban modelando la realidad, permitiéndonos aprenderla/aprehenderla. Como dice Zizek: son las ficciones las que nos permiten estructurar nuestras experiencias de lo real.
Es por eso, supongo, que las dictaduras siempre han prohibido ciertas ficciones y promovido otras.
Construcciones que no son la realidad pero actúan sobre ella. Las ficciones importan. Importan mucho. Pero la lucha por la hegemonía en los imaginarios (parafraseando a Chantal Mouffe) no se va a ganar mediante prohibiciones.
Lo que hacen las ficciones, para bien y para mal, es abrir los universos de lo posible y dice Gaston Bachelard: lo posible es una tentación que la realidad acaba siempre por aceptar.
+
Vivimos en un tiempo en el que las redes sociales, la reality tv, el photoshop y un largo etcetera, han creado un nuevo paradigma de realidad, un regimen de realidad en el que se confunde la verosimilitud, que es una cualidad de la visibilidad, con la veracidad que es una cualidad del discurso. No sabemos que es real y que es invención.
Es cierto que la línea que separa lo que es “real” de lo que es “ficticio” (el nivel simbólico del contenido) dentro de ciertas construcciones (ficciones y documentales), se vuelve cada vez más delgada, así que estas discuciones van a ser recurrentes en los siguientes años. Proyectos como los de: Christoph Schlingensief, Janez Jansa, Renzo Martens, Yes Men y muchos otros han difuminado estos límites de maneras desconcertantes.
Las ficciones se deben juzgar con parámetros estéticos y políticos. Una ficción solo debe ser prohibida como último recurso, cuando su contenido o nivel simbólico viole los derechos de terceros o ponga en riesgo la integridad de alguna persona de manera evidente.
¿Es éste el caso de las dos impresentables ficciones que nos ocupan? Creo que no.
Debemos proteger las ficciones, porque es mediante ellas que se pueden abrir discuciones que de otra manera no se pondrían sobre la mesa. No es importante que estemos de acuerdo con ellas, es importante que estemos de acuerdo en que no podemos juzgar las ficciones de la misma manera que juzgamos las declaraciones o las opiniones.
Las ficciones nos permiten pensar la vida estando y sin estar en la vida, son el único espacio que es real y no es real a la vez. Son un tesoro.
Gabino Rodriguez
[1]
Nada es mío todo es robado.
[2]
Simplifico de más, con el afán de explicarme
Edición y corrección: Luisa Pardo
