DIME QUÉ ANHELAS, Y LO HARÉ REALIDAD

La escena me sigue fascinando: uno de los narcotraficantes más poderosos del mundo mira cautivado una telenovela, La reina del sur, que está basada en el mundo al que él pertenece. El hombre que “produce” el material representable, ahora lo consume como representación. Lo que “construyó” ahora lo “construye”.
1
La historia me interesó porque dos de los protagonistas se dedican a la actuación y por los juegos de representación que hay en ella.
Los protagonistas: Kate del Castillo, Sean Penn y el Chapo Guzmán.
Una ficción posibilita un evento real, y ese evento produce una nueva ficción.
La reina del Sur/Muchachitas – El encuentro entre los tres – El día que conocí al Chapo.
La ficción actúa como causa y efecto. Como antecedente y consecuencia.
2
Hay una ausencia absoluta de virtud en el actuar de los tres personajes.
Virtud entendida como una disposición para producir “el bien”, para actuar dentro de alguna escala de valores que no tenga al dinero o a la fama como fin último.
La actriz manda un tuit indefendible que tiene un efecto inesperado y que la pone en contacto con uno de los muchos responsables del desastre de violencia que hemos vivido en México.
El actor se entera de que la actriz tiene ese contacto y de que atesora unos deseos irrefrenables de pertenecer a lo que él pertenece.
Él la utiliza para sus fines.
La actriz hace todo lo que el actor y Rolling Stone le piden.
El actor nos “regala” un reportaje de una banalidad tremenda, que no aporta a la comprensión de nada.
El narcotraficante graba una entrevista en la que despliega una narrativa elemental y archiconocida mediante la que “explica” su versión.
Más allá de la curiosidad que representa el video, no le encuentro ningún valor.
La actriz, al final, se siente traicionada por el actor.
El actor piensa que su vida peligra.
El narcotraficante es apresado.
Todos pierden.
O tal vez no.
3
La ficción, El día que conocí a Guzmán Loera, producto del encuentro real entre los actores y el narcotraficante nos presenta miserias como triunfos, mezquindades como logros.
La actriz y su hambre por pertenecer a un club; y el como eso la hizo poner en riesgo su vida. No puso su vida en riesgo por hacer la película que ella “soñaba” hacer, sino por ser aceptada, por quedar bien.
Su ingenuidad al proponer al Chapo traficar con amor y/o donar las ganancias de la hipotética película a los familiares de las víctimas.
El actor no participa en la teleserie, pero ya con su artículo nos dejó ver mucho más de lo que hubiéramos querido quienes admiramos su trabajo: oportunismo y frivolidad.
Al narcotraficante se le elogia el hecho de no haber violado a la actriz cuando estuvieron a solas. Y se le cuestiona en la pequeñísima medida en la que la fascinación lo permite.
La teleserie muestra la convicción de que condenar al narcotraficante es exculpar al gobierno.
Hace un uso de la imagen de archivo elemental y amarillista. Cuerpos destrozados que no importan sino en la medida en que aportan a una narrativa. Paisajes que ayudan a establecer el tono.
Todo mal.
4
Varios periodistas/intelectuales participan en la teleserie.
Entre los que se encuentran varios de los mejores y algunos de los peores de nuestro país.
Gente de una seriedad y un profesionalismo enorme se somete a un sistema de exposición (la teleserie) que no privilegia el planteamiento de ideas, sino la “agilidad” y el “maniqueísmo” de un relato telenovelesco.
Aun la más brillante entrevista que pudieran haber dado sería editada al servicio de una narrativa en la que pensar, investigar y complejizar (que es lo que ellos saben hacer) es lo menos importante.
Ellos lo sabían o deberían saberlo.
Hay pluralidad sin pluralidad. Los pocos comentarios que contradicen la narrativa hegemónica aparecen descontextualizados y aislados.
El valor de tener acceso a distintos puntos de vista, no radica en poder escoger entre ellos, sino en que del enfrentamiento de los mismos puede surgir algo nuevo.
Lo que tenemos aquí es la idea de la pluralidad cumplida como cuota.
De la participación de Epigmenio Ibarra creo que es mejor no hablar.
5
En todo el programa hay una visión irresponsable: acciones descontextualizadas de su implicación política.
Las víctimas, ni sus familiares ocupan ningún lugar en los intereses de la actriz, del actor, del narcotraficante, del gobierno, ni de la teleserie.
Al momento nada bueno ha salido del encuentro. A menos que éste haya sido, como dijo la procuradora de aquellos tiempos, crucial para atrapar al narcotraficante.
Confío en que la fascinación del actor y la actriz con el personaje, no nos hagan pensar que el narcotraficante no merece estar preso.
El actual gobierno federal es indefendible. Ha actuado de manera reprobable en infinidad de asuntos y dejado tras de sí una estela de impunidad e indignación.
Pero una cosa es una cosa y otra cosa es lo que se pretende construir a partir de eso.
Poner a la actriz como una activista que se enfrenta al poder del estado me parece un despropósito.
Es irrespetuoso para miles de mexicanas que, con un programa político, enfrentan a los gobiernos y a los delincuentes y que ponen su vida en riesgo buscando: cadáveres, justicia o simplemente la posibilidad de vivir.
6
El programa me parece perverso por la netflixización de la realidad. El someter nuestra percepción de un fenómeno real a los valores de la televisión.
Es más o menos unánimemente aceptado que el rating (o como se le llame ahora) es el valor más importante para las empresas de entretenimiento.
La pregunta queda para nosotros ¿qué representaciones de la realidad estamos produciendo/consumiendo? Pero sobre todo ¿cómo esas representaciones repercuten en lo real? Es decir ¿qué sentido tienen?
7
No deja de ser un documento interesante, de este tiempo en el que nos tocó vivir.
Gabino Rodríguez