LO CONTRARIO DEL BIEN , NO ES EL MAL, LO CONTRARIO DEL BIEN SON LAS BUENAS INTENCIONES

Atravesamos un momento confuso en un mundo convulso.

El genocidio que Israel comete en Gaza, la invasión de Rusia a Ucrania, chat gpt y la inteligencia artificial, la posverdad, el Congo, Somalia, Myanmar, Haití, Estados Unidos atacando Yemen, tiktok y la dictadura de Bukele erigiéndose como modelo para algunos incautos. Elon Musk y la promesa de Marte y las dictaduras de izquierda y los partidos de ultraderecha que crecen en tantos lugares. China y el nuevo orden mundial.

Mientras que aquí un gobierno auto celebratorio auto proclama una transformación radical, pero son tantos los casos que nos abruman: Izaguirre, y el rancho San Fernando, Allende, Ayotzinapa, Tlatlaya, las fosas, el velorio, el anexo y Zacatecas y el culiacanazo y nos podríamos pasar aquí toda la tarde enumerando horrores.
Nos hemos acostumbrado a que cada estado tenga grupos de madres buscadoras, ¿en qué momento se nos hizo habitual combinar los sustantivos “madre y buscadora”?, lo hemos normalizado como hemos normalizado que en nuestras redes sociales aparezcan fichas de búsqueda de muchachas y muchachos. Mientras rogamos para que no seamos nosotrxs los siguientes que veamos ahí a un familiar, un amigo, una hija.

Cuando volteo a verme a mi y a mis cercanos nos siento desorientados y no es solo por la falta de un proyecto político programático o el desencanto que se posa sobre las utopías de ayer. No es solo el lugar común de que antes había en qué creer y que un futuro mejor se intuía en el horizonte. No es solo que los sueños se hayan ido transformando en pesadillas: el comunismo, la revolución cubana y la nicaragüense, las primaveras árabes y el socialismo del siglo XXI. No es solo que otros proyectos se hayan ido deslavando hasta palidecer: la transición democrática, la democracia liberal como ideal de convivencia o el orden mundial regido por instituciones multilaterales. No es solo el colapso de ciertos ideales sino la imposibilidad de orientarnos en un mundo cada vez más difícil de asir.

Y es frente a esta realidad y el brillo de nuestra pantalla, que nos invade una sensación de angustia, en la que la confianza en el mañana se desdibuja. El futuro pasa de ser una promesa a una amenaza. Nos invade un extraña nostalgia por el pasado. La sensación de que lo peor está por venir, que todo tiempo futuro será peor.

Ante un futuro que es una amenaza  inevitablemente nos volvemos conservadores. La voluntad de cambiar el mundo, se convierte en un afán por conservar lo que tenemos: ciertas instituciones, algunos presupuestos, determinados valores. Y la crisis climática que ha desplazado el signo de la palabra cambio, pues pasó de ser algo positivo (había que cambiar la sociedad, la política, el mundo,) ha ser algo algo que hay que evitar a toda costa. Detener el cambio.

Miedo al mañana. Miedo. Vivir con miedo.

Y las preguntas  ¿Qué podemos desde el arte? ¿Qué queremos?


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Las prácticas artísticas no tienen un signo político claro, no son emancipadoras por naturaleza. Las hay de derechas y de izquierdas. Coercitivas, anti derechos, reaccionarias y emancipadoras. El arte no es algo en sí mismo, es nuestra responsabilidad darle un sentido, una dirección.

Voy a hablar desde y sobre un campo de lo artístico limitado que es en el que se enmarca mi trabajo y que JA Sanchez aglutinó bajo el nombre prácticas de lo real. (Y que mal resumiendo se refiere a una serie de creaciones artísticas que toman como punto de partida eventos de la realidad para problematizar su escenificación).

Para mi hay una diferencia fundamental entre el arte y el activismo. En mi experiencia el activismo parte de una convicción. Cuando apoyo una causa como la despenalización del aborto, tengo una certeza de qué es lo correcto y  no me interesa escuchar los argumentos que se dan en contra… no me interesa sentarme con los provida para ver si cambio lo que pienso. El activismo necesita certezas. Algunas certezas.

La tradición artística en la que yo me inserto, parte de lo contrario. Tanto como creador como espectador lo que busco es desestabilizar lo que pienso, dar espacio a la incertidumbre a la duda, a la paradoja… busco cambiar de opinión.

Por que aunque el arte decida emparejar sus fines con los del activismo o el periodismo sus medios son distintos. Y eso hace que habitemos espacios diferentes en la sociedad.

En México el periodismo indudablemente es una amenaza para el poder, Artículo 19 reportó 162 periodistas asesinados entre el año 2000 y el 2023. Y aunque en el país existen obras artísticas que hablan sobre eventos políticos con nombres y apellidos, son muy pocos los casos de artistas que hayan sido amenazados por el contenido de su obra. ¿Por qué si hablamos sobre lo mismo que los periodistas es raro que se considere al arte una amenaza? Una respuesta es que el periodismo llega a más personas. Pero eso no es necesariamente así, muchas de las periodistas asesinadas reporteaban en medios locales, canales de Facebook o similares, es decir que no necesariamente llegaban a audiencias masivas. No es una cuestión de escala es una cuestión de enfoque.
En la actualidad, que yo sepa, en ningún lugar se mata a los artistas como a los periodistas o a los activistas. Y en todo caso, qué bueno que no sea así. Creo que podemos coincidir en que la relevancia del arte no se mide en su capacidad de amenazar a los poderosos, tiene otro potencial… lo difícil es definir cuál es.

El arte, como todo, está plagado de lugares comunes, de frases que de tanto repetirlas han ido perdiendo su significado. Durante décadas las dos ideas más recurrentes para justificar el arte que habla sobre lo real han sido: visibilizar y sensibilizar.

Hace unos días me encontré en YouTube a gusgri, un hombre que tiene un canal de entrevistas muy exitoso. Entre sus muchos videos, hay uno del 7 de noviembre de 2024 que se llama: Fui a una entrevista de trabajo y terminé en manos del CJNG. Para el día 12 de marzo, el video tenía 5 687 880 visualizaciones. En la entrevista el muchacho habla con detalle de lo que estamos discutiendo hoy.  Gusgri le dio visibilidad a una historia frente a casi 6 millones de personas. ¿Qué creemos que la visibilidad puede en un mundo en el que no paramos de ver cosas? ¿Qué queremos que haga el público con eso que mostramos?

Por su parte la idea de “sensibilizar” sobre eventos concretos a través del arte, es tan ambigua que para mi es difícil de aprehender (con h). El teatro en su versión más ingenua y naive, busca que nos conmovamos, insertando la realidad en estructuras dramáticas archiconocidas. Esa la manera en la que las plataformas (Netflix, Amazon etc) han hecho de eventos reales, series que hacen parte de su catálogo de olvido. Esa indignación empaquetada que nos hace sentir que cumplimos con algo. Que estamos del lado de los buenos. La indignación tranquilizadora. La ingenuidad que cree que hacer llorar a los espectadores es un valor, cuando es exactamente lo mismo que ha buscado siempre cualquier telenovela. Y así nos va.

Y está siempre el riesgo de predicar al coro y de condenar lo condenable frente a personas que ya lo condenaban desde antes, de obviar a nuestros interlocutores y de crear espacios de consenso y palmadas en la espalda y buena ondita y sentir que hacemos algo sin saber exactamente qué.

¿Qué podemos desde el arte? ¿Qué queremos?

Pero no soy pesimista, confío plenamente en el arte, que en su mejor cara, hace algo que ninguna otra disciplina puede: inaugurar una manera de mirar la realidad, amplificar la complejidad de una situación, reelaborar nuestra experiencia en el mundo y ver de manera distinta lo que creíamos que conocíamos.

Cuando Milo Rau hace Congo tribunal y escenifica los juicios que no se han dado en la realidad con las personas reales, cuando Lola Arias pone en escena a veteranos de la guerra de las Malvinas argentinios e ingleses para que nos cuentan aquel conflicto, cuando Rimini Protokol pone en un teatro a una muestra representativa de la ciudad, cuando La resentida re elabora la memoria petrificada del golpe del 73, cuando Samira Elagoz enmarca su violación en un experimento que realizó para salir con gente en craiglist, cuando Jaha Koo hace del kimchi el signo de su extranjería, Cuando Roger Bernat sienta a Hamlet en el banquillo de los acusados y lo juzga con abogados reales y el código penal vigente, cuando Anacarsis Ramos explora con su madre el historial de los empleos (de ella) desde el punto de vista de alguien cuyo trabajo es su sueño sin dejar de ser precario, cuando Renzo Martens les dice a los congoleses  que su pobreza es su mayor recurso en Enjoy Poverty o Angélica Lidell asumiendo como propia la responsabilidad de la masacre en el  Bataclán. Shaday Larios inventando una manera de mirar Acapulco a través de ínfimos residuos, Carolina Bianchi tomando en escena  la droga que en Brasil se conoce como la del abuso en su Cinderella y tantas más…

¿De qué depende que una obra me permita re pensar la realidad o no? No lo se.

Mi hipótesis (insegura) es que para conseguirlo el arte se tiene que preocupar, sobre todo, por el arte y sus medios de expresión. Ningún proyecto artístico puede soslayar el diálogo con la tradición que la enmarca, del quijote a debí tirar más fotos o de la Batalla de Argelia a  la batalla de Orgrave. Lo ineludible para el arte es construir un andamiaje formal que permita a la obra posicionarse en relación a el arte mismo. Y cuando lo hace el arte tiene la posibilidad de vehicular muchas otras cosas, de traducir las intenciones en algo que pueda ser compartido con otrxs y así  generar un correlato entre la motivación y su expresión. Y en esa operación, y en el mejor de los casos de generar un sentimiento de confianza en quien lo experimenta. Confianza en la vida y eso no depende del contenido ni de las buenas intenciones sino de la combinación de inteligencia, sensibilidad y valor que implica inaugurar o re imaginar un ángulo para relacionarnos con la realidad. El arte tiene la capacidad de recordarnos que el mundo no está cerrado y que la realidad se puede transformar.

 

 

Lázaro G. Rodríguez

 

 

(Estas ideas las puse juntas por invitación de María Minera a una mesa dentro de un coloquio, sobre violencia y arte en la UNAM)

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