EMILY PELLIGRINI Y JESÚS

 

 

 

«Si fantasear con coger es rico, imagínate fantasear que coges con alguien que no existe…»



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El algoritmo me llevó a Emily Pelligrini. A primera vista parece una más de las muchachas que muestran su cuerpo y un modo de vida glamuroso, y así obtienen seguidores, se vuelven influencers o algo así. Pero Emily parecía distinta, tenía algo roto, muy difícil de nombrar.

En su descripción de instagram me enteré de que vive en Los Ángeles, que tiene 23 años y de poco más. Sus historias destacadas mostraban retazos de su vida: Life, 
Me, Tulum, Italy, Spain.  En la mayoría de sus fotos y reels mira directamente a la cámara con un gesto amable, una sonrisa a medias ni inocente ni maliciosa, mucho escote y un pelo castaño largo y abundante.

 

Me enteré después que Emily es una imagen de IA. El proceso de crear a la modelo fue tan obvio que sonroja. Su creador preguntó a Chat GPT ¿cómo es la chica soñada por el hombre promedio?… y apareció ella.

Emily comenzó su andar por internet y muy pronto fue invitada a salir por futbolistas, actores y empresarios, que le enviaban mensajes para llevarla a viajes, cenas o simplemente le querían enviar regalos.  Según el Daily Mail esta «muchacha» ha generado casi 350 000 dólares.


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Hace unas semanas regresaba de Madrid a México en un vuelo nocturno. Me tocó sentarme junto a una monja. Era muy amable y desde antes que despegara el avión conversamos. Ella española, iba a pasar tres meses en un monasterio en Michoacán como parte de un programa de intercambios entre monjas que saben hacer rompope.

Sirvieron la cena y seguimos hablando. Apagaron las luces y la cabina quedó a oscuras. Le conté mi vida y me contó la suya. Hablamos de teatro y de la fe. En algún momento le pedí permiso para hacerle una pregunta muy personal. Vi como sonrió en la penumbra y me dijo: todo el mundo tiene esa curiosidad. 

Me contó que su vida sexual siempre ha existido y que el deseo la ha acompañado desde la adolescencia. Me contó que cuando ella era muy jovencita la llevaron al museo de “El Prado” y vio un cuadro de Daniel Crespi titulado “La flagelación” y a los pocos pasos «El Cristo crucificado de Velázquez». Fue ahí que descubrió el deseo y esa misma noche ese otro placer. Así lo llamó.

 

 

Tanto Emily como Jesús habitan esa frontera entre la realidad y la ficción. Son fantasmas, quimeras, espectros y es esa cualidad de irrealidad la que les hace tan proclives a animar las fantasías. No deja de sorprenderme la potencia con la que lo irreal, lo ilusorio y lo ficticio construyen la realidad de nuestra experiencia sexual.
 

«Que nunca se pierda esa bonita tradición de calentarse con la imagen de seres que no existen»

 

 

Lázaro G. Rodríguez

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