Yo soy un hombre que ha perdido algo y la supuesta inocencia de los supuestos mejores tiempos no tuvo segundas oportunidades, por suerte

Se ha publicado en versión electrónica: Jaguaridad. Nuevos caminos y atajos para la participación colectiva. Proyecto convocado por Marcela Flores, Monica Nepote y Garbiñe Ortega. He aquí el enlace y más abajo mi colaboración.
http://editorial.centroculturadigital.mx/media/jaguaridadwebcurvas-525.pdf
“Yo soy un hombre que ha perdido algo y la supuesta inocencia de los supuestos mejores tiempos no tuvo segundas oportunidades, por suerte”.[1]
+
Este texto es una reacción a lo discutido en Ambulante Ideas en el mes de abril en la ciudad de Oaxaca. Durante aquellos divinos días en los que el bello hotel y la magnifica comida hicieron posible que reflexionáramos a nuestras anchas, percibí una confusión enorme sobre lo que esperamos o podríamos esperar de un proyecto político. ¿Qué expectativas tenemos sobre lo posible en el campo de la política? ¿Cómo construir un ideal y bajo qué esquema contrastarlo con su aplicación real?
+
El capitalismo neoliberal es hoy el más importante enemigo de la democracia. Varios autores hablan de “posdemocracias”, y entienden por éstas, a los gobiernos que generan procedimientos que en nombre de la democracia socavan las prácticas democráticas. Esto es notorio principalmente en la alianza de los gobiernos con las élites económicas para las cuáles muchas veces legislan y en última instancia gobiernan. Nadie puede dejar de reconocer lo profundamente desigual que es nuestro país, nadie puede soslayar la importancia de estas diferencias para la construcción de una nación democrática. Nadie debe pasar por alto los inaceptables atropellos a los derechos humanos y a las garantías individuales que suceden en México, y después de la noche del 26 de septiembre nadie puede tener duda sobre el contubernio entre algunas autoridades y grupos del crimen organizado.
Por supuesto que es necesario estar en contra de las prácticas “posdemocráticas” que se dan en nuestro país, pero es importante tener muy claro lo que pretendemos cambiar y lo que buscamos conservar ¿De qué estamos en contra y de qué a favor? Partimos de un error al generar una relación indisoluble entre un sistema de gestión de lo político: la democracia, con un sistema de gestión de lo económico: el neoliberalismo. Pues no hay argumento lógico que implique que la democracia hoy debe llevarse a cabo en un sistema así. Me parece que muchas veces confundimos las cosas, agrupamos mal, vivimos insertos en una serie de malentendidos que no nos permiten establecer un diálogo que posteriormente pudiera cristalizar en un posible proyecto.
¿Qué país queremos? ¿Cuál es el mejor de los horizontes que podemos imaginar?
+
En los últimos años hemos visto el surgimiento de ciertas reacciones contra el neoliberalismo, a la derecha y a la izquierda, una de las más populares (por lo menos desde el campo retórico) son los proyectos comunitarios. Muchas personas se han adscrito a esta idea de combatir el individualismo que promueve el capitalismo con una idea del “bien común”. En el encuentro que nos convocó, “la comunidad” era el tema central.
Hay conceptos que tienen un signo político claro: la dignidad, por ejemplo, es un concepto cuya ampliación es un proceso eminentemente emancipador. Para cualquier persona en cualquier lugar, más dignidad es mejor que menos dignidad. La idea de lo comunitario, por el contrario, parte de la idea de que el individuo importa en la medida en la que pertenece a una comunidad, importa como parte de un todo. Más allá de la ternura que me inspiraban los participantes al adscribirse a estas ideas, siendo muchos de ellos migrantes (de lujo por supuesto), resulta evidente que un proyecto así no tiene un signo político claro, no es emancipador por naturaleza, si uno considera los nacionalismos más recalcitrantes de la derecha europea se da cuenta de que ese es su proyecto: una vuelta al pasado, la exaltación de ciertos valores propios, la noción última de cierta pureza, la idea de que entre nosotros nos arreglamos, lo pequeño como bueno, la recuperación de una supuesta armonía con el entorno: el paraíso perdido.
La “comunalidad [2]” descansa sobre una serie de valores morales que no son discutibles, por evidentes. ¿Es deseable la solidaridad entre vecinos? Sí. ¿Deberíamos procurar sistemas de cooperación al margen del capital? Sí. ¿Es deseable que en una sociedad prive la generosidad? Sí. Pero ¿Se puede organizar hoy un país en base a un ethos compartido? No.
El proyecto comunalista parte de que el individuo “no existe” y apoyado en una visión romántica del México prehispánico, pasa por alto la inevitabilidad de que aun en grupos muy pequeños se generen relaciones asimétricas de poder. Idealiza y deja de lado la única característica que comparten todas las sociedades de todas las geografías en todos los tiempos: el conflicto, la fricción y el desencuentro. Ninguna comunidad ha sido y ninguna podrá ser un todo orgánico e indivisible. En cualquier grupo social en el que el individuo esté en función de la colectividad, se terminará pasando por encima de los intereses de unos y privilegiando los de otros. Se pasará por sobre la diferencia, sobre la minoría, porque somos individuos con diferentes intereses, valores y percepciones de lo que es mejor o peor, y necesitamos mecanismos para conciliar esas diferencias, no aspirar a eliminarlas por decreto.
De ninguna manera desdeño los procedimientos que proponen los comunalistas, al contrario, creo que pueden ser formulas complementarias a la democracia representativa, pero de ninguna manera suplantarla, por la dimensión del país que tenemos. Se nos presentan una serie de valores morales como un sistema de gestión de lo político, pero no es lo mismo, ni es igual.
+
¿Por qué tantas personas se adscriben a ideas así? ¿Por qué tantas personas que dicen adscribirse a ideas así no viven su vida bajo esos esquemas? ¿Qué queremos? ¿Todavía aspiramos a cambiar el mundo?
Percibo en mi generación, muy claramente a partir de este encuentro, una falta de confianza en la articulación de posibles horizontes políticos. Hemos sido una generación que, por lo menos en México, no hemos sabido reivindicar una genealogía de luchas democráticas, que inspirados en la izquierda que nos precedió generacionalmente hemos mitificado la revolución y desdeñado la reforma: sino es el paraíso es el infierno, lo que no es perfecto es basura. Una generación que cultiva el radicalismo de “hacer mucho” sin hacer realmente nada. Una generación que prefiere volcarse en busca de ciertos valores del pasado a tratar de incidir en el presente, una generación que prefiere lo accesorio a lo fundamental, una generación que no plantea proyectos políticos, que no pretende actuar sobre lo que realmente incide, una generación que pretende cambiar el mundo a base de sentimientos nobles, huertos urbanos y buenas intenciones. Una generación que realiza iniciativas al margen del sistema aunque éstas incidan tan poco, aunque que sea como combatir la emergencia mediante oraciones, curar la hemorragia con curitas, hacer como si hiciéramos, disimular nuestra vergüenza.
Gabino Rodríguez.
[1] Nada es mío, todo es robado.
[2] Como proyecto comunitario tomaré como ejemplo la “comunalidad” que es un concepto del antropólogo Jaime Martínez Luna, con quien tuvimos oportunidad de hablar, y cuyas ideas gozaron de enorme aceptación en el grupo de “Ambulante ideas”.