¿Cómo seguir consumiendo drogas después de Ayotzinapa?

A más de cuatro meses de la tragedia de Iguala, observo un cambio enorme en la manera en la que, la sociedad civil, manifestamos nuestra indignación. Se pasó de hablar de una inminente revolución o de obligar a renunciar a un presidente, a hablar cada vez menos de lo sucedido, con menos volumen y menos dolor. La legítima ira, que sentimos muchos, ha dado paso poco a poco, con el transcurrir de los meses a una desorientación difusa. Las preocupaciones de la vida cotidiana fueron ocupando el lugar que tenían antes del 26 de septiembre.
¿Qué pasó en estos cuatro meses? ¿Por qué la multitudinaria presencia en las calles no logró decantar en demandas concretas? ¿Cómo fue que el desencanto sustituyó a la esperanza? ¿Cómo se instaló la “verdad histórica”? ¿De que manera la furia fue dando paso a nuestro día a día? ¿Por qué pasó así?
Pienso que parte del problema está en nuestra (1) manera de vivir la política, de entenderla y sentirla. Nuestra relación con los asuntos públicos está mediada por una serie de ideas que nos estorban más que nos ayudan: la idea de que la revolución es siempre superior a la reforma, la idea de que el problema está en las personas y no en los arreglos institucionales, la idea de que señalar los errores de unos es hacerles el juego a los otros, la idea de que el país está dividido entre buenos y malos, gobernantes y gobernados, corruptos e inmaculados.
Ante la brutalidad de los hechos en Ayotzinapa, percibo una necesidad de identificarse, en el discurso, con la postura más radical, pero éstas posiciones no siempre coinciden con afirmaciones que puedan transformar la realidad, sino al contrario. Pareciera que ceñirse al universo de lo posible es vergonzoso, una concesión al sistema, un acto de cobardía. Pienso que gran parte de la respuesta de la sociedad civil adoleció de un horizonte en el que se articularan demandas asequibles, y así trascendiéramos la expresión de nuestra indignación, que si bien no es poco, me parece insuficiente.
El enfoque radical nos exime de participación real. No es que exigir menos sea exigir más, sino que exigir concreto es exigir de verdad, mientras que exigir lo imposible es seguir en el terreno de la retórica y la imaginación que toma el poder. Podemos seguir siendo realistas y pidiendo lo imposible, mientras allá afuera las cosas siguen pasando. No hay espacio para una visión naif después de Ayotzinapa.
Durante las manifestaciones de los pasados meses, se habló mucho de la violencia como mecanismo de transformación de un estado de cosas. Escuché, desde tentativas para disolver el Estado, hasta otras que buscaban el “ojo por ojo y diente por diente”. ¿De qué manera debemos reaccionar frente a un hecho tan atroz como el sucedido en Iguala? ¿Cómo combatir la evidente colusión de autoridades con delincuentes? ¿Cómo reaccionar frente al gobierno, que a nivel Estatal y Federal, hicieron todo tarde y mal? ¿Cómo interpretar la reacción del PRD al buscar proteger a su gobernador; y cómo la del presidente de la república, que en un principio calificó el conflicto como “asunto local”? ¿Cómo pensar las arbitrarias detenciones en las marchas de los siguientes meses? ¿Cómo actuar frente a la tragedia?
No condeno la violencia por sistema. Pienso que hay momentos en los que su utilización es legítima, ocasiones en que no existen otros canales para expresar demandas políticas, situaciones en las que su uso es la única manera de defender la vida.
Tampoco pienso que todos los actos de violencia sean equivalentes, hay de violencias a violencias. Una cosa es romper ventanas y otra asesinar personas, una cosa es matar al zar y otra a cualquier ciudadano con un coche bomba, una cosa es saquear supermercados y otra grabar a personas mientras son decapitadas. Una cosa es la violencia contra el poder y otra cuando ésta viene del poder, son distintas.
Condenar la violencia en general y sin restricciones, nos da la tranquilidad de echar todos los casos en un saco, cortarlos con la misma tijera. Y si bien yo pienso que en la mayor parte de los casos la violencia es condenable, no me atrevería a juzgarla siempre de la misma manera. No es bueno olvidar que buena parte de los regímenes democráticos se instauraron por medios violentos.
La pregunta entonces es ¿quién decide cuándo y cómo es legítimo el uso de la violencia? Yo, por supuesto, no tengo la respuesta.
Pienso en los “monos blancos” y su pregunta, me sigue pareciendo pertinente hoy ¿cómo configurar una protesta radical sin violencia real? Tal vez, sea nuestra idea de la radicalidad lo que haya que transformar, hoy lo más radical tal vez sea algo distinto a lo que nuestro imaginario nos dicta, hoy lo más radical no es lanzar piedras a los policías de la SSP.
Muchos marchando no configuramos una visión política. El movimiento ciudadano de las últimos meses se encuentra situado en un espacio muy delicado después de recoger una energía inmensa a partir de los 43 desaparecidos, que han condensado de forma simbólica una multitud de agravios, pero que a la vez carece, aún, de una manera de articular hacia afuera ese sentir.
”No se puede hacer una política de la negación. Si bien es saludable como primera reacción, y es un rechazo compartido a una situación dada lo que nos saca a las calles, eso tiene que mudar a una organización de postulados que afirmen cuestiones, pues son las afirmaciones las que en política se pueden poner en práctica.”
¡Fuera Peña!”, ¡Fue el estado! , Si Zapata viviera en su madre les pusiera,
“es un idioma demasiado pobre como para hablar del futuro de la actividad emancipadora”. Es un léxico que sirve para juntar personas, pero no para mucho más. En un movimiento espontáneo, sin una narrativa clara y desde donde se reivindican las más diferentes demandas es vital el paso siguiente, el que articula esa indignación, esa energía.
No pienso que hoy en día la violencia sea una estrategia que nos pueda ayudar a canalizar esa energía, a configurar demandas, simplemente porque no me queda muy claro que objetivos buscaríamos conseguir por ese medio y aunque ese fuera el caso: ¿qué tipo de violencia deberíamos procurar y contra quién? ¿estamos en condiciones de soportarla? ¿hay otras alternativas hoy dentro de los arreglos institucionales del país?
Hay que buscar una idea común y organizar un programa para llevarla a la práctica. La pregunta es: ¿qué y cómo lo queremos?
Así como dice mi maestro: lo más difícil no es conseguir algo que parece imposible, lo difícil es definir ese algo.
Gabino Rodríguez.
[1] Abuso del uso del plural, y con él trato de aprehender a cierta clase media de la Ciudad de México que se identifica con la izquierda y dentro de la que me incluyo yo. A la vez soy consciente de que paso por alto múltiples iniciativas que se están llevando a cabo y que tuvieron como detonante el caso de los estudiantes de Ayotzinapa.
Nada es mío, todo es robado.
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