Los últimos cristeros
Reflexión sobre “Los últimos cristeros”, sin haber visto la última película de Matías Meyer.
– ¿Quién mi quietud perturba?
– Quien busca en ti los triunfos que sepultas.
Sor Juana Inés de la Cruz.
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La película, “Los últimos cristeros” es el tercer largometraje dirigido por Matías Meyer. La precedieron: “Wadley”, una ficción sobre el viaje de un hombre al desierto y “El calambre” que narra recorrido de un francés a México en el que busca encontrarse. En esta ocasión, Matías se lanza a una nueva tentativa, un proyecto basado en la muy celebrada novela “Rescoldo” que narra parte de la aventura de un grupo de cristeros en algún lugar del norte de nuestro país.
Esta película, supongo que por estar estructurada en base a una novela con una forma bastante convencional, se organiza de manera más clara que las anteriores. El relato fluye de una manera libre y el guión, realizado por Matías e Israel Cárdenas, es una tenue guía que da paso a lo mejor de la película: un lenguaje cargado de poesía y de rigor, en donde los planos se suceden unos a otros con un ritmo preciso.
Matías, después de haber trabajado con un actor en «Wadley» y con la combinación de «no actores» y actores en “El calambre”, ahora, en «Los últimos cristeros» trabaja exclusivamente con “no actores”, lo que en este caso, a mi parecer, es uno de los mayores aciertos de su película (y de todo el cine mexicano en los últimos años). El uso de “no actores” (entendámoslo simplemente como personas que no se ganan la vida actuando), aporta un tono particular a las películas, un tempo, una textura. El cine mexicano de los últimos 10 años lo ha explorado/explotado de algunas maneras, pero en este caso al generar un desplazamiento en el tiempo situando la ficción en la primera mitad del siglo XX, consigue un efecto de extrañamiento muy poderoso. Lleva un paso más lejos un mecanismo frecuente, es decir, profundiza.
Una negociación muy interesante entre lo que fue y lo que sigue siendo, una película de “época” que no busca emular nuestros estereotipos sobre un tiempo pasado, no nos muestra el pasado en clave de ficción sino de realidad. Consigue el efecto que, supongo, toda película de “época” busca: llevarnos a pensar el presente y a imaginar el pasado.
No es un secreto que Jean Meyer, padre de Matías, es una de las máximas autoridades en el tema de los cristeros y que ha trabajado el conflicto durante muchos años. Así, presuponemos que Matías creció rodeado de las historias de los cristeros y, en la película, de alguna extraña manera se respira eso: una historia personal.
En alguna ocasión alguien le preguntó a Robert Wilson que por qué sus escenas eran lentas, a lo que él respondió: mis escenas no son lentas, toman el mismo tiempo que tarda el sol en salir o el viento en desplazar una nube o una flor en abrirse. Así mismo, “Los últimos cristeros” tiene un tiempo que nos traslada a la naturaleza, al campo, al escenario donde sucede la película. Y es ese mismo tiempo el que nos lleva a los personajes, el que nos mueve de nuestra época. La película logra movernos de nuestro tiempo y nuestro espacio e insertarnos en unas coordenadas propias.
La preciosa fotografía de Gerardo Barroso logra momentos de una belleza enorme. Los encuadres nos muestran a los personajes en primer plano, permitiéndonos adentrarnos en su drama y segundos después nos los muestran en otra dimensión, diminutos, rodeados de sierra. Esta alternancia posibilita que interpretemos el drama en dos niveles: en su dimensión individual, es decir encarnada, y también en el plano social: el drama está inserto en ciertas coordenadas, cierta política y en cierto país.
Lejos de cuadro queda el general Calles y su anticlericalismo, sin embargo intuimos la política, la podemos sentir, atrás de las montañas.
Una escena de “balazos” impecablemente coreografiada, sintetiza un momento y sirve de contrapunto a las escenas precedentes. Aquí los personajes no actúan: son. Esta es la riqueza de estos cristeros, su autenticidad. Así, en algún momento, da la sensación de estar viendo algo que efectivamente sucedió hace casi 100 años.
Todo lo anterior, aunado a una producción impecable y a una justa dirección de actores hacen de esta película una obra realmente afortunada. Así, “Los últimos cristeros” es, sin lugar a dudas, la película más convencional de Matías Meyer, pero también la más lograda, la más profunda, la mejor.

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La asignación de recursos públicos, siempre, en todo momento y en todo lugar, ha sido y será motivo de controversia. Simple y sencillamente porque estos son limitados.
Cada año los cineastas del país concursan por los fondos que el Estado designa para la realización de películas. Hay, tengo entendido, dos concursos a los que los cineastas aplican por medio de IMCINE: FIDECINE y FOPROCINE.
“Los últimos cristeros”, que yo sepa, no ganó ninguno de los dos concursos anteriores y sin embargo recibió dinero del Estado. Durante este sexenio que termina, a la presidenta del CONACULTA, Consuelo Saizar, le pareció buena idea producir películas “por fuera” de los mecanismos establecidos y es más, “por fuera” del instituto cuya función es regular la producción cinematográfica que se realiza con dinero público. La decisión de la señora Saizar sólo se puede entender bajo el siguiente razonamiento: el Estado mexicano tiene un particular interés en que se produzcan ciertas películas, ya sea por los temas que tocan o por los creadores que las realizan. ¿Hay algo de malo en que una Secretaría tenga un perfil, interés o inclinación en lo que produzca? No ¿Hay algo de malo en que una persona, a la que le pagamos para administrar la cultura, desarrolle proyectos que cree pertinentes para el país? No. Lo que está mal es que los mecanismos de asignación de ese dinero no tengan ningún tipo de transparencia, nadie (que yo sepa) conoce cuántas películas se pueden realizar con dichos fondos, ni a cuánto ascienden, ni a quién se le otorgan, ni cómo, ni cuándo, ni por qué.
¿Por qué se apoyó a ésta y no a alguna de las decenas de películas que no consiguen el apoyo en los concursos establecidos? ¿Pidieron el apoyo o se los ofrecieron?¿Por qué los que la realizaron aceptaron que fuera apoyada de esa manera? ¿Se enteraron? ¿Se hicieron de la vista gorda? ¿Nadie sabe para quién trabaja? ¿Se fueron por la libre? ¿Paz y amor?
No voy a hablar de las demás películas que han sido apoyadas de ésta manera, porque no me interesan en lo absoluto: “Morelos”, “Colosio” etc. . “Los últimos cristeros” sí me interesa, tanto por Matías, como por muchas de las personas que están involucradas en el proyecto y que han sido muy importantes en mi acercamiento al cine.
El aceptar recursos asignados discrecionalmente es perpetuar una cultura de corrupción, discrecionalidad y tráfico de influencias. Para terminar de enrarecer el panorama, Margarita Zavala, la primera dama, mostró de repente un súbito interés por el cine de arte, una insaciable sed de cultura cinematográfica y así se trasladó a la sala de cine para refinarse “Los últimos cristeros”.
Toda una paradoja es que “Los últimos cristeros” hayan llegado a la pantalla grande de la mano de los más arraigados usos y costumbres de “la familia revolucionaria”, que se aglutinó en el PNR que mutó al PRM y que se convirtió en la que hoy es la primera fuerza política del país: el PRI.
No he visto la película y no sé si vaya a verla. En arte y en política los medios me parecen más importantes que los fines. Parafraseando la paráfrasis: los medios te definen más y mejor que las causas que enarbolas.
En fin: el fin no justifica los medios.

Gabino Rodríguez