El cine de los sirvientes
A mi ahijado: Matías.
“Pocas cosas hay más placenteras en la vida del mexicano de la ciudad que la infinita complacencia de hacerse servir por un conciudadano.”
Salvador Elizondo
En los últimos años en México se han realizado algunas películas que comparten una característica: frente a la cámara se coloca a personas que trabajan en labores domesticas para el director. Así hemos visto a choferes, jardineros y empleadas domésticas ser los protagonistas de películas de arte.
No estoy haciendo una condena a la relación existente con el servicio doméstico, lo que busco es pensar que tipo de relaciones se establecen cuando éste pasa de las labores del hogar al terreno de lo artístico.
El arte por naturaleza, y por suerte, es una actividad que no encuentra su explicación en las leyes del mercado, así que reducir una colaboración artística a un acuerdo contractual, me parece insuficiente. Sin embargo el trabajador domestico si está sometido a las leyes del mercado en su relación de trabajo con su patrón. Es decir, el empleado depende del patrón para ganar su sustento y si no hace bien su trabajo es despedido; a su vez si el patrón no paga al empleado, éste lo abandonará. El paso de una relación de este tipo (meramente laboral) a una en el terreno artístico es complejo.
Imaginemos al jefe de Bimbo pidiendo a un empleado suyo: «Me encantaría que mañana te presentaras en la fiesta de una de mis hijas y que le cantaras una canción».
Es verdad que el empleado puede aceptar o no aceptar, pero nadie puede ser tan ingenuo para obviar que pedirle algo a alguien siendo su patrón tiene ciertas implicaciones.
Regresemos a Marx que está (otra vez) de moda:
«En el capitalismo, un trabajador parece que vende una cantidad exactamente determinada de trabajo concreto, pero realmente vende fuerza de trabajo potencial creativa que puede ser manipulada por el capitalista para obtener la plusvalía«.
El sirviente vende su fuerza de trabajo abstracta para la película y con ésta el director y los productores obtienen ganancias. Esta plusvalía (la fuerza de trabajo «no pagada» que se apropia el capitalista) en el caso de las películas es enorme, los directores y productores construyen sus vidas a partir de películas que a otros no les dan, casi, nada.
Los sirvientes que actúan en las películas obtienen una recompensa monetaria (espero) y otra simbólica al ir al estreno, viajar a algún festival y recibir, por unos días, atenciones que por lo general, debido a las características del oficio que desempeñan, no reciben.
¿Los sirvientes se benefician de algún modo de haber formado parte de un proyecto de investigación artística? ¿Al actuar en una película, aprecian los conocimientos que puedan obtener de ella? ¿La experiencia hace que aprendan algo sobre si mismos?
¿Son comparables los beneficios que obtiene una persona con respecto a la otra? ¿Deberían serlo? ¿Su retribución monetaria es justa? ¿Pueden pedir un aumento si no les parece adecuada? ¿Los patrones respetan el derecho a huelga? ¿El director está abierto a las propuestas de éstos creativos? ¿Comen juntos? ¿Comen separados? ¿No qué siempre no? ¿Por qué no hay películas dónde actúen los patrones de los directores? ¿No tienen patrones?
Más allá de éstas consideraciones, para mi lo interesante no es la posición endeble en la que se encuentra el trabajador, sino la relación que se genera y se establece para la producción de lo artístico, una relación asimétrica donde solo una parte tiene el poder porque: el sirviente depende económicamente de los humores del patrón, por lo general los papás del director o productor, y más interesante aun, el sirviente no conoce el mecanismo, ni los códigos de representación a los que se somete.
Lo que se pierde es la relación de “igualdad” (imposible por definición pero presumiblemente perseguida ) entre el que filma y el que es filmado porque al no conocer el segundo los esquemas representativos en los que se insertan dichas ficciones, se reproduce en la relación con el actor, la misma relación de sometimiento que conlleva la servidumbre. Y me parece que este esquema es pobre en términos económicos y limitado en términos artísticos.
No pretendo hacer pasar a los trabajadores por explotados, pero supongo que la producción artística podría aspirar a una ética propia y a un modelo de relación entre personas distinto al habitual, tal vez algún tipo de programa emancipatorio dentro del filme que permitiera a los sujetos filmados beneficiarse de ello. O que al menos problematizara si deben beneficiarse de ello.
No pretendo que se resuelva el problema, pero me parece interesante plantearlo, es curioso, a la vez, que estas colaboraciones hayan logrado resultados tan estimulantes.
Pero a mi que los medios me parecen más importantes que los fines, me interesa la salida que propone Renzo Martens en el trabajo que realizó en la República Democrática del Congo, ahí formó un equipo local de fotógrafos improvisados para que documentaran el desastre humanitario en el que viven, con la condición de que advirtieran a sus vecinos que no les pagarían por retratarlos, que lucrarían con su imagen y con su pobreza, a cambio de nada.
Gabino Rodríguez.